jueves, 26 de abril de 2007

El sabio y el bardo

Jiddu Krishnamurti
Hay un árbol junto al río, y hemos estado observándolo día tras día durante algunas semanas, cuando el Sol está a punto de asomarse. A medida que el Sol se levanta lentamente sobre el horizonte, por encima de los árboles, este árbol particular se torna súbitamente de oro. Todas las hojas se ven radiantes de vida, y cuando uno contempla ese árbol mientras las horas pasan -no importa el nombre del árbol, lo que importa es su belleza-, una cualidad extraordinaria parece extenderse sobre toda la Tierra, sobre el río. Y cuando el Sol asciende un poco más, las hojas comienzan a aletear, a danzar. Y cada hora que pasa parece conferir a ese árbol una cualidad diferente. Antes de salir el Sol, se lo ve melancólico, sosegado, muy distante y pleno de dignidad. Y al comenzar el día, las hojas cubiertas de luz danzan y le dan al árbol ese peculiar sentido que uno tiene de inmensa belleza. A mediodía, su sombra se ha hecho más profunda, y uno puede sentarse ahí protegido del Sol, sin sentirse jamás solo con el árbol como compañero. Mientras uno permanece ahí, existe una relación de profunda y perdurable seguridad y una libertad que únicamente los árboles pueden conocer.
Hacia el anochecer, cuando el cielo occidental se ilumina con el Sol poniente, el árbol se vuelve poco a poco sombrío, oscuro, y se cierra sobre sí mismo. El cielo se ha tornado rojo, amarillo y verde, pero el árbol permanece quieto, oculto, y descansa durante la noche.
Si uno establece una relación con el árbol, está relacionado con toda la humanidad. Uno es responsable, entonces, por ese árbol y por los árboles del mundo. Pero si uno no se relaciona con las cosas vivientes de esta Tierra, pueder perder toda relación con la humanidad, con los seres humanos. Nosotros nunca observamos profundamente la cualidad de un árbol; nunca lo tocamos realmente, sintiendo su solidez, se áspera corteza, ni escuchamos el sonido que forma parte del árbol. No el sonido del viento entre las hojas, ni el de la brisa que en la mañana agita el follaje, sino el sonido propio del árbol, el sonido del troncol y el silencioso sonido de las raíces. Uno tiene que ser extraordinariamente sensible para escuchar el sonido. Este sonido no es el ruido del mundo, ni el ruido del parloteo mental, ni el de la vulgaridad de las disputas humanas y del conflicto humano, sino el sonido como parte del universo.
Es extraño que tengamos tan poca relación con la naturaleza, con los insectos, con la rana saltarina, con el búho que ulula entre los cerros llamando a su pareja. Parece que nunca experimentamos sentimiento alguno por todas las cosas vivientes de la Tierra. Si pudiéramos establecer una profunda y duradera relación con la naturaleza, jamás mataríamos un animal para satisfacer nuestro apetito, jamás haríamos daño a un mono, a un perro a un conejillo de Indias practicando en ellos la vivisección para nuestro propio beneficio. Encontraríamos otros medios para curar nuestras heridas, nuestros cuerpos. Pero la curación de la mente es algo por completo distinto. Esa curación tiene lugar gradualmente si uno está con la naturaleza, con esa naranja en el árbol, con la brizna de hierba que empuja a través del cemento, con los cerros cubiertos, ocultos por las nubes.
Esto no es sentimentalismo ni imaginación romántica, sino la realidad de una relación con todo cuanto vive y se mueve sobre la Tierra. El hombre ha matado millones de ballenas y aún las sigue matando. Todo lo que obtenemos de esa matanza podríamos obtenerlo por otros medios. Pero, al parecer, el hombre gusta de matar cosas; mata al ciervo veloz, a la maravillosa gacela y al gran elefante. Nos gusta matarnos los unos a los otros. Este matar a otros seres humanos jamás ha cesado a lo largo de toda la historia del hombre sobre la Tierra. Si pudiéramos -y tenemos que hacerlo- establecer una profunda y perdurable relación con la naturaleza, con los árboles, los arbustos, las flores, la hierba y las rápidas nubes, jamás mataríamos a otro ser humano por ninguna razón. La guerra es el asesinato organizado, y aunque nos manifestemos contra una guerra en particular -la guerra nuclear o cualquier otro tipo de guerra-, jamás nos hemos manifestado contra la guerra en sí. Jamás hemos dicho que matar a otro ser humano es el más grande pecado de la Tierra.
Tomado de El último Diario (I), en Libertad Total.
Jorge Drexler
Vale
Una vida lo que un sol
Una vida lo que un sol
Vale
Se aprende en la cuna,
se aprende en la cama,
se aprende en la puerta de un hospital.
Se aprende de golpe,
se aprende de a poco y a veces se aprende recién al final
Toda la gloria es nada
Toda vida es sagrada
Una estrellita de nada
en la periferia
de una galaxia menor.
Una, entre tantos millones
y un grano de polvo girando a su alrededor
No dejaremos huella,
sólo polvo de estrellas.
Vale
Una vida lo que un sol
Una vida lo que un sol
Vale
Se aprende en la escuela,
se olvida en la guerra,
un hijo te vuelve a enseñar.
Está en el espejo,
está en las trincheras,
parece que nadie parece notar
Toda victoria es nada
Toda vida es sagrada
Un enjambre de moléculas
puestas de acuerdo
de forma provisional.
Un animal prodigioso
con la delirante obsesión de querer perdurar.
No dejaremos huella,
sólo polvo de estrellas.

Un año

Un año de...

corridas,
caminatas,
risas,
besos,
cenas,
salidas,
esperas bajo la lluvia,
caramelos,
noches mágicas,
anhelos,
deseos compartidos,
sueños,

pero también, un año de...

tristezas,
decepciones,
frustraciones,
desencantos,
angustias,
celos,

¡todo tan trágicamente humano, y a la vez tan divinamente celestial!

Un año de Amor, del más bello Amor que alguna vez tuve. Gracias por este año, Vida.

lunes, 23 de abril de 2007

Otro sueño muy raro

Es de noche y estoy en un casino. Las máquinas tragamonedas se encuentran dispuestas en una larga hilera ante mí. Como necesito dinero y en mi ensoñación son estas máquinas las que podrían proporcionármelo en abundancia, comienzo a jugar con monedas de 50 centavos.
Aunque logro ganar unas pocas, las pierdo nuevamente. El ciclo se repite unas cuantas veces. Aparece Gustavo con su novia, quienes están inusualmente cordiales y agradables. Intercambiamos elogios y deseos favorables, y sin embargo, mi suerte no mejora. Desesperado, me levanto del asiento y me voy a recorrer el resto del establecimiento.
No parece haber nada. A primera vista, el casino parecía cuidado y nuevo: ahora me doy cuenta que hay rajaduras en el techo, paredes a medio pintar. Todo tiene un aire derrumbe y falta de manutención. Otro dato alarmante: el casino se encuentra, de repente, medio vacío, tanto de personas como de juegos.
Me dirijo hacia la salida, dos batientes de vidrio con unas gruesas barandas de metal. Lo traspaso, y justo cuando estoy por abandonar el vestíbulo, un guardaespaldas se acerca a ofrecerme acceso a un show privado que va a tener lugar en el salón que se encuentra a mi izquierda, tras una pequeña puertita que no me dice nada. Le digo que sí, que con mucho gusto, sospechando con pesar de lo que trata dicho show.
Primero me conduce, sin embargo, hacia el otro lado, hacia una gran puerta dorada, tras la cual me deja solo, en una especie de camerín. Éste está vacío de humanidad. Un felino de origen tailandés cruza el suelo, y hay ropa de varios estilos tirada por doquier. No faltan los vanidosos espejos y los cosméticos de rojos colores.
Todo tiene un aura particularmente familiar para mí. Pero no puedo reconocer de qué espacio se trata. Asombrado, mis pies se encaminan hacia el espectáculo, dejándome mentalmente todavía en el enigmático camerín.
Dentro, hay un salón de gigantescas proporciones con una amplia tarima en una de las esquinas. Allí una bailarina, vedette (¿Veddete?, tengo la duda y la pereza) realiza un show erótico. Me escabullo hacia el rincón más alejado, luego de que el guardaespaldas me señale uná vaguísima "Mesa 60". Al llegar me acuesto sobre dos sillas, mas me doy cuenta de que todavía hay un café humeante y algunos cigarros de origen caribeño. Silenciosa y tímidamente me dirijo hacia una pequeña mesita ubicada aún más al fondo.
Al llegar, sin embargo, siento que ella siente mi presencia. Hay algo que nos conecta. Para mi sorpresa el show finaliza. Ahora la bailarina toma el micrófono fijo, y comienza a hablar. Se trata de una sátira muy bien ensayada, dirigida contra su público. La bailarina tiene, sorprendentemente, un sentido corporativo muy fuerte. Habla con orgullo de su gremio, y con desprecio de su corrompido público. Por alguna razón, sé que estudia, que es una intelectual que no consigue ganar el suficiente dinero para vivir: me lo dice su vocabulario, su fina ironía.
Empieza a desarrollar una mordaz crítica que incluye nombres y dedos acusadores. El ambiente se torna hostil, luego raro, luego surrealista. De repente me doy cuenta que me nombra, me nombra como ejemplo de pureza y bondad. Me sonrojo y avergüenzo, porque reconozco mis inmundicias, mis podredumbres internas, todo aquello de lo que nos arrepentimos en el lecho (si es que tenemos suerte) o en la tierra, al morir.
También me doy cuenta de que esto está sucediendo en otro espacio y en otro tiempo. Al cruzar el portal, que al igual que los dos caminos de la Biblia, era el más tosco y estrecho, crucé algo más que un impedimento físico: estamos en un salón en otro lugar del Globo, en un tiempo quizás muy remoto, aunque podría ser 1500. Nada me dice tal cosa, porque los atuendos, los productos, todo tiene el distintivo sello del siglo XIX; es arbitrario, como todo lo demás en mi sueño.
Siento, siento que tengo que decírselo a ella, a ella que me comprende, el milagro de la traspolación temporal. Salgo corriendo del salón y entro nuevamente en el camerín. Ahí está ella, jugando con el gatito siamés, y probándose la ropa. Apresuradamente le cuento con entusiasmo mi experiencia, pero no parece interesarle. Los espejos la atraen muchísimo más. La visto lo más decentemente que puedo y la saco casi a rastras del lugar. Pero al trasponer la puerta dorada, nos encontramos en un lugar totalmente desconocido: estamos en un pasillo enrejado, muy estrecho, y cubierto totalmente de hiedras claras. Siento con máxima intensidad la irrealidad y patetismo del momento. Tengo que volver. Vuelvo.
Estoy de vuelta tras el portal dorado. Ahí está ella, pero no es ella, es su doble. Le explico todo de vuelta, y agarra una cámara que tiene un aspecto viejo y anticuado. El polvo se acumula en su primitiva lente. Salimos del cuarto. Entramos en el salón pero se encuentra completamente abandonado. Con un esfuerzo mental nos transportamos a un callejón suburbano. Se podría tratar de Los Ángeles o de Nueva York, aunque no lo sé con seguridad. Hay muchísima gente en la calle, vagabundos que nos miran con curiosidad, como si hubiésemos aparecido por allí de la nada.
Ella saca fotos, fotos y más fotos. Todo pierde sentido. El despertar se aproxima. Me resisto, quiero conocer el significado de tanta secuencia incoherente, pero pierdo fuerzas. El alba está próxima.

sábado, 21 de abril de 2007

Jorge Drexler

En estos próximos días quiero ir a escuchar a Jorge Drexler. Va a estar tocando el 26, 27 y el 30 de este mes.
Una de las razones por las cuales me son tan gratas sus canciones es su optimismo, la esperanza que mana de su voz. Pero esta vez no quiero ir a verlo por estas razones. Su nuevo disco es el fruto de un proceso doloroso, de separación, de rupturas, de oscuridad y bruma.
Desde hace un tiempo que no me siento todo lo bien que debería; quizás querría es una palabra más adecuada en estas circunstancias. Siento que necesito escuchar una voz que cante mis angustias. Esta es, claro está, una razón muy egoísta y egocéntrica, a la vez que una pésima excusa.
Pero, como dice él, la vida es más difícil de lo que parece. Cuando uno se siente más seguro que nunca, cuando cree que tiene todo bajo control, ahí, es precisamente en ese momento cuando tenemos que desconfiar. La vida es más imprevisible de lo que querríamos, podría ser un título alternativo.
A veces me da la impresión que somos hojas caídas, continuamente marchitándose, a la espera de que un fuerte viento nos arrastre por el infinito. Porque si hay algo de lo que estoy cada vez más convencido es que no podemos elegir todo, que dependemos de tantas pequeñas cosas, de tantos pequeños momentos y estados de ánimo que vienen y van, que nuestro verdadero control de lo que llamamos vida es ínfimo.
Espero que sus melodías logren cambiar algo en mi pesimismo innato. Después de todo, si todo empieza y todo tiene un final, hay que pensar que la tristeza también se va, se va,...
se fue.

jueves, 12 de abril de 2007

Lo importante

A veces, al caminar temprano por la mañana, yendo para la facultad, tengo la impresión de que todo va demasiado rápido. Tal vez sólo sea una característica espacio temporal de esta ciudad. Pero no; después dudo. Miro en mi interior y observo esa misma agitación, esa ansiedad no contenida, ese estrés negro y sinsentido, ese paso agitado y nervioso. Supongo que podría echarle la culpa a las pautas culturales o, para ir más lejos, a los procesos históricos que formaron lo que llamamos la civilización occidental.
Pero aun así no me satisface esa explicación. ¿Debo recurrir a la filosofía, a la religión? Quizás no importe después de todo en qué lugar uno nazca o sea educado. Las leyes del karma explican suficientemente bien que si uno vive inconscientemente, las malas acciones del pasado (incluso las cometidas en otra vida), volverán como el golpe de un boomerang a sacudir nuestra efímera paz.
Pero al mismo tiempo, a veces siento esa particular necesidad de que todo suceda. Todo parece transcurrir demasiado lento, como si nada cambiase, como si ese mismo insulto, esa misma mediocridad se perpetuase por siempre en los abismos del tiempo. A veces quiero que todo sea distinto, de poder sorprenderme siendo otro, y no yo mismo: el mismo gesto, el mismo patrón de pensamiento, los mismos deseos, ya grises por el uso diario que de ellos he realizado.
Y entonces se produce ese momento en el cual me doy cuenta de que estoy caminando y que sólo hay un momento presente: el que estoy viviendo. Y que nada de lo que pasó ayer o va a pasar mañana importa. Ese momento, que es quizás una fracción de segundo, es todo el oxígeno que mi mente necesita para saber que hay algo más allá de todo. Tal vez sea un poder de síntesis que todavía no hemos descubierto y que no controlamos más que primitivamente. Pero cuando me siento así de vivo, dudo de todo, de todas las verdades que aprendí desde niño, de todas mis experiencias pasadas, buenas y malas, positivas y negativas, y me acuerdo de tan solo respirar, de respirar profundo, de mirar el cielo azul, de agradecer eternamente y sentirme totalmente vivo.

martes, 10 de abril de 2007

Científico y no científico

Ayer tuve la oportunidad de ver un documental basado en estudios de supuesto origen científico, que postuló unas cuantas conclusiones extravagantes sobre la realidad. Este documental, en formato de película, llamado What the do you know? (¿Y tú que ###### sabes?, en español), pretende demostrar que los conocimientos generados por la física cuántica respaldan la inexistencia de la realidad como una entidad separada de nosotros. Vale decir: nosotros creamos la realidad a través de la idea que tenemos de ella. Esta postura se llama, o está íntimamente ligada, al idealismo. Claro está que sería ridículo pensar que lo de afuera y lo de dentro son por completo diferentes. Pero si eso implica entonces que si confiamos lo suficiente en la posibilidad de caminar sobre las aguas, entonces lo haremos (sic), creo que estamos cometiendo un grave error.

El documental es mostrado como una recolección de entrevistas separadas a distintos científicos de prestigiosas universidades del mundo. Sin embargo, todos las personas que colaboran en él ya han trabajado con proyectos parecidos. En esta película no hay lugar para la discusión y el debate, o los puntos de vista opuestos. Los directores de su rodaje forman parte de un movimiento que afirma que su líder es un médium (un individuo que funciona como receptor de actividad psíquica paranormal) en contacto con un lemur. Según la tradición, los lemures precedieron a la humanidad como forma de vida en este planeta. Luego del derrumbe de su civilización, el pueblo de los atlantes tomó el poder y estableció un imperio que, por las malas obras de su período en decadencia, fue sumergido bajo las aguas por siempre. Este lemur transmite conocimientos trascendentales a la Tierra y la Humanidad a través de dicha persona.

Lo que realmente me parece una estupidez es querer presentar esta doctrina con aires de cientificismo. No es que crea particularmente que la ciencia tiene todas las respuesta y es la llave del progreso de la humanidad. Pero manipular la información (porque lo que producen ni siquiera puede ser llamado conocimiento) de esa manera no debería estar permitido. Al menos deberían advertir a los ingenuos consumidores (como yo) de que este tipo de producción forma parte de una visión a mitad de camino entre ciencia y religión, y que todo lo dicho (o casi todo) no puede considerarse más que opinión.

Lamentablemente, en los últimos años las creencias religiosas han cobrado vigor en todo el mundo. Algunos estados de los Estados Unidos, incluso han admitido como válida la enseñanza del dogma creacionista, el cual postula que los hechos relatados en el Génesis bíblico tuvieron una existencia comprobable científicamente.

Y, sin embargo, también tenemos ejemplos de noble producción científica de carácter masivo. La verdad incómoda, la peli de Al Gore, demuestra que la humanidad puede sobreponerse a los prejuicios irracionales (que están dentro del hombre, claro está) y conscientizarse sobre el daño de la acción humana y las terribles consecuencias que éste tiene sobre el Planeta.

Yo opongo estos tipos de producciones. Para mí son totalmente contrarias en su enfoque y en su fin. Mientras que ¿Y tú qué ####### sabes? me produce una sensación de total superficialidad (aunque tal vez le podemos dar a sus creadores el beneficio de la duda sobre su intencionalidad) y malgasto de mi tiempo, La Verdad Incómoda me parece el tipo de mensaje que tenemos que empezar a volver colectivo.