En estos próximos días quiero ir a escuchar a Jorge Drexler. Va a estar tocando el 26, 27 y el 30 de este mes.
Una de las razones por las cuales me son tan gratas sus canciones es su optimismo, la esperanza que mana de su voz. Pero esta vez no quiero ir a verlo por estas razones. Su nuevo disco es el fruto de un proceso doloroso, de separación, de rupturas, de oscuridad y bruma.
Desde hace un tiempo que no me siento todo lo bien que debería; quizás querría es una palabra más adecuada en estas circunstancias. Siento que necesito escuchar una voz que cante mis angustias. Esta es, claro está, una razón muy egoísta y egocéntrica, a la vez que una pésima excusa.
Pero, como dice él, la vida es más difícil de lo que parece. Cuando uno se siente más seguro que nunca, cuando cree que tiene todo bajo control, ahí, es precisamente en ese momento cuando tenemos que desconfiar. La vida es más imprevisible de lo que querríamos, podría ser un título alternativo.
A veces me da la impresión que somos hojas caídas, continuamente marchitándose, a la espera de que un fuerte viento nos arrastre por el infinito. Porque si hay algo de lo que estoy cada vez más convencido es que no podemos elegir todo, que dependemos de tantas pequeñas cosas, de tantos pequeños momentos y estados de ánimo que vienen y van, que nuestro verdadero control de lo que llamamos vida es ínfimo.
Espero que sus melodías logren cambiar algo en mi pesimismo innato. Después de todo, si todo empieza y todo tiene un final, hay que pensar que la tristeza también se va, se va,...
se fue.
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