domingo, 17 de mayo de 2009

Satyricon

Terminé de ver la versión del Satiricón de Petronio, hecha por Federico Fellini en 1969. Creo que es la película más jungiana y onírica que vi en mi vida. Muy buena.

Hombre Rico

Uno de las citas más populares entre los escritores antiguos (y en algunos casos, entre los modernos) es la siguiente:

"No es rico quien mucho tiene, sino quien poco necesita".

Asimismo, no es feliz quien es esclavo de todos sus deseos, sino el que puede disfrutar de lo que tiene sin necesidad de estar buscando eternamente consuelo por lo que le falta.

sábado, 16 de mayo de 2009

Use Somebody

Kings of Leon tocó ayer en el Show de Jay Leno. Una banda que suena muy bien, y que, por ejemplo en este tema, usa no más de 4 o 5 acordes. Todo está en los arreglos musicales.


viernes, 15 de mayo de 2009

Old Man

Me vuelvo repetitivo con este artista, pero realmente me gusta mucho su música. Este tema de uno de sus discos más conocidos, Harvest.


domingo, 10 de mayo de 2009

Libertad y Amor

Si realmente querés hacerlo, entonces no hay nada que yo pueda hacer. Esta es una declaración de libertad y verdadero amor.


sábado, 9 de mayo de 2009

1979

Everybody Knows This Is Nowhere

Este es un tema que le da título a un álbum increíble. No me canso de escuchar la discografía de este tipo que ya lleva más de 40 años tocando. Muy recomendable, en especial este disco, y After the Gold Rush. Que lo disfruten.


jueves, 7 de mayo de 2009

Enciclopedia

Marcelo Francisco Ledesma se sirve té a las 14:05 en la cocina de su pequeño departamento ubicado en la calle Yang 736, 2º piso B. El té, negro, fue comprado la tarde anterior por Marisa Amalia Leguizamón de Ledesma, en un supermercado ubicado a tres cuadras del lugar, y conocido por todos los vecinos como "el super", una denominación muy común en el territorio de la República de Atlántica. "Voy al super", "X está en el super", "¿Te hace falta algo del super?", son expresiones muy comunes en esas partes del mundo.

Marcelo Francisco Ledesma, decimos, de 42 años, casado, sin hijos, se prepara un té, sin saber que será la última acción de su vida. Cuando toca la burda cerámica (fabricada el año 2033 en los territorios de la que fue la República de China, ahora posesión de las Bandas Unidas Depredatorias) a las 15:02, cae instantáneamente muerto en el piso, presa de un aneurisma cerebral de tipo C.

Marisa Amalia Leguizamón de Ledesma, concurre a la escena exactamente doce días después, siendo las 14:05 del día 13 de Febrero de 2035, y observa los despojos de lo que alguna vez fue su marido (ver discusión platonismo-nihilismo). Rompe en desconsolado llanto durante 2 minutos y 36 segundos. Con un cuadro de estrés de tipo elevado, realiza un llamado telefónico a su progenitor masculino, Alfredo Héctor Leguizamón, comunicándole el hecho.

El funeral se celebra una semana más tarde. Concurren 33 personas, de las cuales 7 poseen mascotas, y 14 no han celebrado esponsales. Tan solo 9 de ellas asisten con ropas negras (ver indumentaria funeraria en Atlántica). Del resto, un 32% espera con ansiedad para retirarse.

Marisa Amalia Leguizamón, ex de Ledesma, considerada ahora viuda, regresa a su hogar 10 días más tarde, y apaga la cámara de inspección.

Los redactores gubernamentales escriben esta crónica, dando por finalizada la cobertura, siendo el 22 de Febrero del año 2035.

Winter Light (The Letter)

miércoles, 6 de mayo de 2009

The Meaning of War

Noticias boludas

Como al parecer J. Sereneider se jubiló, aprovecho para inagurar la sección de "NOTICIAS BOLUDAS". Todas recogidas del diario argentino La Nación, caracterizado por subir este interesante tipo de novedades.

En 1er lugar tenemos a la persona con el mejor trabajo del mundo. Acá.

El 2do lugar le corresponde a la esposa del presidente de los Estados Unidos. Aquí.

El 3er lugar es para dos celebridades. Here.

Atajo

Un hombre se sienta y sueña: edificios del color de las cenizas, y luces apagadas. Niebla en el aire, y las calles sudan con pavor. Una sombra se mueve allá a lo lejos, y no sabe si es efecto del vapor o de una figura. Miedo y curiosidad se revuelven en él, y el cuento de Orión, el curioso, y Artemisa, en su mente. Se dirige ansioso hacia allí, y sus pasos resuenan monstruosamente fuertes cuando camina. Uno, dos y tres. Luego se da vuelta, creyendo oír algo en el lugar de inicio: sombra y penumbra total. Cuando se vuelve a mirar, espantado, el paisaje delante ha cambiado. Un prado cubre las callejuelas, y un sol que no brilla dorado sino rojizo se pone sobre los edificios. Cree recordar algo. Más allá se ve una cabaña. Para llegar hasta ella hay que saltar un enrejado que se extiende como una telaraña metálica entre dos muros.

Hay un tenebroso augurio allí, pero solo cruzándolo, lo sabe, se puede llegar a la cabaña. Corre hacia el atajo reuniendo valor al recordar los versos del poeta ciego, y cuando pone una mano, temerario, en el enrejado, éste desaparece. Ahora puede acceder a la construcción de madera que yace allí adelante.

Sus pies se deslizan felices sobre la hierba, casi flotan. Un camino de ripio saluda su llegada a la construcción, que es, de madera negra, y no clara como le pareciera a lo lejos.
Mientras contempla esto, aparecen en la madera hongos, ramas, que crecen, y se convierten en árboles. Al poco tiempo, estos se marchitan, y mueren.

Entonces golpea la puerta, pero esta se revela abierta. Dentro no hay luz, y tropieza con una escalera de dura piedra. Comienza a subir pero a mitad de camino, baja. Baja, pero con el tiempo se da cuenta que sube nuevamente. Agotado, se recuesta sobre la piedra, y sueña.

Un río de corriente calma arrastra sobre la superficie dos cuerpos: uno es el pasado y otro el futuro. Ambos flotan en la misma dirección, pero se persiguen formando un círculo. Se arroja al río, y lo siente pantanoso y dulce. Se hunde en sus cenagosas aguas. Se deja estar, y cuando toca el fondo, hunde su cabeza. Esa es la verdadera superficie, y en ella siguen flotando los dos cuerpos. Toma el del pasado, que conoce, y que es blanco como la nieve, y nada con él hacia la orilla. Exhausto por el esfuerzo, se duerme junto al árbol de Buddha.

Despierta el hombre y contempla el árbol, y el cuerpo que duerme debajo. Se aleja hacia el bosque frondoso, y allí observa el amanecer del sol rojizo, ¿o es la puesta de Sol?, entre las ruinas. Se inclina porque el cansancio lo vence. Se sienta y sueña: edificios del color de las cenizas y luces apagadas. Niebla en el aire, y las calles...

lunes, 4 de mayo de 2009

The Alphabet

By David Lynch...


Ropa

Tengo 3 jeans.

Ahora soy respetable.

Ahora soy feliz.

Lost Highway

David Lynch just scares the shit out of me...


Diluvio

Empezó después de la sequía, y no se detuvo. Primero una gota, luego otra. Después de unos pocos segundos, el agua caía a raudales del cielo. En cada ráfaga de viento, en cada hoja conteniendo agua, escucho sus risas cristalinas, y ahora temo ahogarme. 

sábado, 2 de mayo de 2009

Perfect Day

Qué versión rara...el viejo y Pavarotti...today's really a perfect day.


Julio

Hace poco encontraron este cuento, y otros relatos de Cortázar. Fue publicado en el Diario La Nación hoy, Sábado 2 de Mayo de 2009, y aparentemente van a editar a la brevedad un libro.

"Llegaré a Estambul a las ocho y media de la noche. El concierto de Nathan Milstein comienza a las nueve, pero no será necesario que asista a la primera parte; entraré al final del intervalo, después de darme un baño y comer un bocado en el Hilton. Para ir matando el tiempo me divierte recordar todo lo que hay detrás de este viaje, detrás de todos los viajes de los dos últimos años. No es la primera vez que pongo por escrito estos recuerdos, pero siempre tengo buen cuidado de romper los papeles al llegar a destino. Me complace releer una y otra vez mi maravillosa historia, aunque luego prefiera borrar sus huellas. Hoy el viaje me parece interminable, las revistas son aburridas, la hostess tiene cara de tonta, no se puede siquiera invitar a otro pasajero a jugar a las cartas. Escribamos, entonces, para aislarnos del rugido de las turbinas. Ahora que lo pienso, también me aburría mucho la noche en que se me ocurrió entrar al concierto de Ruggiero Ricci. Yo, que no puedo aguantar a Paganini. Pero me aburría tanto que entré y me senté en una localidad barata que sobraba por milagro, ya que la gente adora a Paganini y además hay que escuchar a Ricci cuando toca los Caprichos . Era un concierto excelente y me asombró la técnica de Ricci, su manera inconcebible de transformar el violín en una especie de pájaro de fuego, de cohete sideral, de kermesse enloquecida. Me acuerdo muy bien del momento: la gente se había quedado como paralizada con el remate esplendoroso de uno de los caprichos, y Ricci, casi sin solución de continuidad, atacaba el siguiente. Entonces yo pensé en mi tía, por una de esas absurdas distracciones que nos atacan en lo más hondo de la atención, y en ese mismo instante saltó la segunda cuerda del violín. Cosa muy desagradable, porque Ricci tuvo que saludar, salir del escenario y regresar con cara de pocos amigos, mientras en el público se perdía esa tensión que todo intérprete conjura y aprovecha. El pianista atacó su parte, y Ricci volvió a tocar el capricho. Pero a mí me había quedado una sensación confusa y obstinada a la vez, una especie de problema no resuelto, de elementos disociados que buscaban concatenarse. Distraído, incapaz de volver a entrar en la música, analicé lo sucedido hasta el momento en que había empezado a desasosegarme, y concluí que la culpa parecía ser de mi tía, de que yo hubiera pensado en mi tía en mitad de un capricho de Paganini. En ese mismo instante se cayó la tapa del piano, con un estruendo que provocó el horror de la sala y la total dislocación del concierto. Salí a la calle muy perturbado y me fui a tomar un café, pensando que no tenía suerte cuando se me ocurría divertirme un poco.

Debo ser muy ingenuo, pero ahora sé que hasta la ingenuidad puede tener su recompensa. Consultando las carteleras averigüé que Ruggiero Ricci continuaba su tournée en Lyon. Haciendo un sacrificio me instalé en la segunda clase de un tren que olía a moho, no sin dar parte de enfermo en el instituto médico-legal donde trabajaba. En Lyon compré la localidad más barata del teatro, después de comer un mal bocado en la estación, y por las dudas, por Ricci sobre todo, no entré hasta último momento, es decir hasta Paganini. Mis intenciones eran puramente científicas (pero es la verdad, no estaba ya trazado el plan en alguna parte) y como no quería perjudicar al artista, esperé una breve pausa entre dos caprichos pera pensar en mi tía. Casi sin creerlo vi que Ricci examinaba atentamente el arco del violín, se inclinaba con un ademán de excusa, y salía del escenario. Abandoné inmediatamente la sala, temeroso de que me resultara imposible dejar de acordarme otra vez de mi tía. Desde el hotel, esa misma noche, escribí el primero de los mensajes anónimos que algunos concertistas famosos dieron en llamar las cartas negras. Por supuesto Ricci no me contestó, pero mi carta preveía no sólo la carcajada burlona del destinatario sino su propio final en el cesto de los papeles. En el concierto siguiente -era en Grenoble- calculé exactamente el momento de entrar en la sala, y a mitad del segundo movimiento de una sonata de Schumann pensé en mi tía. Las luces de la sala se apagaron, hubo una confusión considerable y Ricci, un poco pálido, debió acordarse de cierto pasaje de mi carta antes de volver a tocar; no sé si la sonata valía la pena, porque yo iba ya camino del hotel.

Su secretario me recibió dos días después, y como no desprecio a nadie acepté una pequeña demostración en privado, no sin dejar en claro que las condiciones especiales de la prueba podían influir en el resultado. Como Ricci se negaba a verme, cosa que no dejé de agradecerle, se convino en que permanecería en su habitación del hotel, y que yo me instalaría en la antecámara, junto al secretario. Disimulando la ansiedad de todo novicio, me senté en un sofá y escuché un rato. Después toqué el hombro del secretario y pensé en mi tía. En la estancia contigua se oyó una maldición en excelente norteamericano, y tuve el tiempo preciso de salir por una puerta antes de que una tromba humana entrara por la otra armada de un Stradivarius del que colgaba una cuerda.

Quedamos en que serían mil dólares mensuales, que se depositarían en una discreta cuenta de banco que tenía la intención de abrir con el producto de la primera entrega. El secretario, que me llevó el dinero al hotel, no disimuló que haría todo lo posible por contrarrestar lo que calificó de odiosa maquinación. Opté por el silencio y por guardarme el dinero, y esperé la segunda entrega. Cuando pasaron dos meses sin que el banco me notificara del depósito, tomé el avión para Casablanca a pesar de que el viaje me costaba gran parte de la primera entrega. Creo que esa noche mi triunfo quedó definitivamente certificado, porque mi carta al secretario contenía las precisiones suficientes y nadie es tan tonto en este mundo. Pude volver a París y dedicarme concienzudamente a Isaac Stern, que iniciaba su tournée francesa. Al mes siguiente fui a Londres y tuve una entrevista con el empresario de Nathan Milstein y otra con el secretario de Arthur Grumiaux. El dinero me permitía perfeccionar mi técnica, y los aviones, esos violines del espacio, me hacían ahorrar mucho tiempo; en menos de seis meses se sumaron a mi lista Zino Francescatti, Yehudi Menuhin, Ricardo Odnoposoff, Christian Ferras, Ivry Gitlis y Jascha Heifetz. Fracasé parcialmente con Leonid Kogan y con los dos Oistrakh, pues me demostraron que sólo estaban en condiciones de pagar en rublos, pero por las dudas quedamos en que me depositarían las cuotas en Moscú y me enviarían los debidos comprobantes. No pierdo la esperanza, si los negocios me lo permiten, de afincarme por un tiempo en la Unión Soviética y apreciar las bellezas de su música.

Como es natural, teniendo en cuenta que el número de violinistas famosos es muy limitado, hice algunos experimentos colaterales. El violoncelo respondió de inmediato al recuerdo de mi tía, pero el piano, el arpa y la guitarra se mostraron indiferentes. Tuve que dedicarme exclusivamente a los arcos, y empecé mi nuevo sector de clientes con Gregor Piatigorsky, Gaspar Cassadó y Pierre Michelin. Después de ajustar mi trato con Pierre Fournier, hice un viaje de descanso al festival de Prades donde tuve una conversación muy poco agradable con Pablo Casals. Siempre he respetado la vejez, pero me pareció penoso que el venerable maestro catalán insistiera en una rebaja del veinte por ciento o, en el peor de los casos, del quince. Le acordé un diez por ciento a cambio de su palabra de honor de que no mencionaría la rebaja a ningún colega, pero fui mal recompensado porque el maestro empezó por no dar conciertos durante seis meses, y como era previsible no pagó ni un centavo. Tuve que tomar otro avión, ir a otro festival. El maestro pagó. Esas cosas me disgustaban mucho.

En realidad yo debería consagrarme ya al descanso puesto que mi cuenta de banco crece a razón de 17.900 dólares mensuales, pero la mala fe de mis clientes es infinita. Tan pronto se han alejado a más de dos mil kilómetros de París, donde saben que tengo mi centro de operaciones, dejan de enviarme la suma convenida. Para gentes que ganan tanto dinero hay que convenir en que es vergonzoso, pero nunca he perdido tiempo en recriminaciones de orden moral. Los Boeing se han hecho para otra cosa, y tengo buen cuidado de refrescar personalmente la memoria de los refractarios. Estoy seguro de que Heifetz, por ejemplo, ha de tener muy presente cierta noche en el teatro de Tel Aviv, y que Francescatti no se consuela del final de su último concierto en Buenos Aires. Por su parte, sé que hacen todo lo posible por liberarse de sus obligaciones, y nunca me he reído tanto como al enterarme del consejo de guerra que celebraron el año pasado en Los Ángeles, so pretexto de la descabellada invitación de una heredera californiana atacada de melomanía megalómana. Los resultados fueron irrisorios pero inmediatos: la policía me interrogó en París sin mayor convicción. Reconocí mi calidad de aficionado, mi predilección por los instrumentos de arco, y la admiración hacia los grandes virtuosos que me mueve a recorrer el mundo para asistir a sus conciertos. Acabaron por dejarme tranquilo, aconsejándome en bien de mi salud que cambiara de diversiones; prometí hacerlo, y días después envié una nueva carta a mis clientes felicitándolos por su astucia y aconsejándoles el pago puntual de sus obligaciones. Ya por ese entonces había comprado una casa de campo en Andorra, y cuando un agente desconocido hizo volar mi departamento de París con una carga de plástico, lo celebré asistiendo a un brillante concierto de Isaac Stern en Bruselas -malogrado ligeramente hacia el final- y enviándole unas pocas líneas a la mañana siguiente. Como era previsible, Stern hizo circular mi carta entre el resto de la clientela, y me es grato reconocer que en el curso del último año casi todos ellos han cumplido como caballeros, incluso en lo que se refiere a la indemnización que exigí por daños de guerra.

A pesar de las molestias que me ocasionan los recalcitrantes, debo admitir que soy feliz; incluso su rebeldía ocasional me permite ir conociendo el mundo, y siempre le estaré agradecido a Menuhin por un atardecer maravilloso en la bahía de Sydney. Creo que hasta mis fracasos me han ayudado a ser dichoso, pues si hubiera podido sumar entre mis clientes a los pianistas, que son legión, ya no habría tenido un minuto de descanso. Pero he dicho que fracasé con ellos y también con los directores de orquesta. Hace unas semanas, en mi finca de Andorra, me entretuve en hacer una serie de experimentos con el recuerdo de mi tía, y confirmé que su poder sólo se ejerce en aquellas cosas que guardan alguna analogía -por absurda que parezca- con los violines. Si pienso en mi tía mientras estoy mirando volar a una golondrina, es fatal que ésta gire en redondo, pierda por un instante el rumbo, y lo recobre después de un esfuerzo. También pensé en mi tía mientras un artista trazaba rápidamente un croquis en la plaza del pueblo, con líricos vaivenes de la mano. La carbonilla se le hizo polvo entre los dedos, y me costó disimular la risa ante su cara estupefacta. Pero más allá de esas secretas afinidades. En fin, es así. Y nada que hacer con los pianos.

Ventajas del narcisismo: acaban de anunciar que llegaremos dentro de un cuarto de hora, y al final resulta que lo he pasado muy bien escribiendo estas páginas que destruiré como siempre antes del aterrizaje. Lamento tener que mostrarme tan severo con Milstein, que es un artista admirable, pero esta vez se requiere un escarmiento que siembre el espanto entre la clientela. Siempre sospeché que Milstein me creía un estafador, y que mi poder no era para él otra cosa que el efímero resultado de la sugestión. Me consta que ha tratado de convencer a Grumiaux y a otros de que se rebelen abiertamente. En el fondo proceden como niños, y hay que tratarlos de la misma manera, pero esta vez la corrección será ejemplar. Estoy dispuesto a estropearle el concierto a Milstein desde el comienzo; los otros se enterarán con la mezcla de alegría y de horror propia de su gremio, y pondrán el violín en remojo por así decirlo.

Ya estamos llegando, el avión inicia su descenso. Desde la cabina de comando debe ser impresionante ver cómo la tierra parece enderezarse amenazadoramente Me imagino que a pesar de su experiencia, el piloto debe estar un poco crispado, con las manos aferradas al timón. Sí, era un sombrero rosa con volados, a mi tía le quedaba tan..."

(circa 1955)

viernes, 1 de mayo de 2009

Perpetual Change

Una banda de virtuosos...


Somnium Ignati

Después de hablar con vos, mujer de ojos inigualables, sobre muchas y variadas cosas, pude por fin soñar con el viaje.

Pasó ya más de un año, pero oníricamente estaba bloqueado para mí, y ahora entiendo que parte de ese bloqueo era el provocaba esa angustia terrible con respecto a toda la experiencia que vivimos lejos de casa. Después de viajar por las costas de ese Mar turquesa en sueños, y de revivir surrealísticamente experiencias que juntos compartimos allí, parte de ese sentimiento opresivo se ha ido. Me siento aliviado.

Cuando podemos soñar un proceso traumático, podemos empezar a superarlo. No me había dado cuenta de ello, pero tiene mucho sentido que así sea.

También quiero contarte que a pesar de nuestros breves encuentros y de que nos hayamos visto tan poco, te noto mucho más feliz y contenta que hace unos años: y eso me hace muy feliz también a mí. 

Que estés bien, lectora silenciosa.