viernes, 29 de septiembre de 2006

La terminación del dolor

Hoy me gustaría transcribir una interesante conferencia dada por el filósofo indio Jiddu Krishnamurti, del que ya he citado pequeños fragmentos en comentarios anteriores. Ésta, me parece, tiene la particularidad de abordar directamente el conflicto en el ser humano de una forma general y sintética.
La terminación del dolor
Amigos, si ustedes se han escuchado a sí mismos, quien les habla es sólo un espejo en el que pueden verse tal como son. Si se ven tal como son, entonces pueden desechar el espejo, pueden romperlo. El espejo no es importante, carece de valor. Lo que tiene valor es que ustedes se vean a sí mismos en ese espejo tal como son realmente: la mezquindad, la estrechez, la brutalidad, las ansiedades, los temores. Cuando comienzan a comprenderse a sí mismos, entonces pueden penetrar más profundamente en algo que está más allá de toda medida. Pero deben dar el primer paso. Y nadie va a ayudarles a dar ese primer paso.
Estamos pensando juntos, recorriendo juntos una senda llena de quietud y de un gran sentido de belleza. Uno se pregunta qué es la belleza. Podemos verla en cierta estatua o en cierta pintura, o en una hermosa cabeza del Buda que se encuentra en un museo, o en una casa, y decimos: <<¡Qué maravilloso es eso!>>. Pero tras las palabras, tras la estructura de un cuadro -las sombras, las proporciones-, ¿qué es la belleza? ¿Está en la manera como miramos algo? ¿Está en la pintura? ¿En el rostro de una persona? Cuando vemos una montaña prodigiosa recortada contra el cielo azul, con la gran profundida de un valle y los picos coronados de nieve, cuando contemplamos esa gran belleza, por un momento nos hemos olvidado de nosotros mismos. La montaña es tan inmensa, está tan extraordinariamente iluminada por el sol de la mañana que atrapa los altos picos, que todo nuestro cerebro se ve conmovido por la grandeza, la inmensidad de esa visión; por un segundo, olvidamos todo acerca de nosotros mismos, olvidamos todas nuesras preocupaciones, nos olvidamos de nuestra esposa, de nuestro esposo, de nuestros hijos, de nuestro país. Miramos eso con todo nuestro ser y no hay sentido alguno de contradicción, de dualidad. El esplendor de aquello está ahí, y el <> es puesto a un lado durante un segundo por la grandiosidad de esa belleza.
Cuando uno llegó a este lugar, contempló la Luna nueva, joven, extraordinariamente simple. Y surgió un pensamiento: ¿qué sentido tiene hablar? ¿Qué sentido tiene leer libros, asistir a reuniones? ¿Qué sentido tiene toda esta existencia cuando uno no puedo contemplar claramente esta cosa tan simple, contemplarla con gran amor y afecto, abordar sencillamente la vida con todas su complejidad, abordarla sin todo el conocimiento acumulado del ayer, sin las tradiciones? Tan sólo mirar este vasto movimiento de la vida, mirarlo simplemente, con un cerebro no agobiado por sus cargas psicológicas, un cerebro activo, vital, pleno de energía, claridad, sencillez.
Dicho eso, prosigamos juntos. Nosotros, los seres humanos, hemos sufrido muchísimo. Ha habido guerras incesantes. Durante los últimos 5.000 años, hemos tenido prácticamente una guerra cada año, los seres humanos se han matado unos a otros, destruyendo lo que ellos mismos han construido; grandes monumentos fueron destruidos de la noche a la mañana. Esta ha sido la historia del hombre: perpetuo conflicto, guerra. Y a causa de las guerras, la humanidad ha sufrido enormemente. ¡Cuántas personas han debido llorar, por sus hijos, por sus maridos mutilados para toda la vida: un brazo, las dos piernas, ciegos...! La humanidad ha derramado lágrimas sin cesar. Y nosotros también derramamos lágrimas, porque nuestras vidas son más bien vacías, solitarias. Y también sufrimos, todos nosotros; sufrimos no sólo observando el dolor de otros seres humanos, sino también la aflicción, la pena, la ansiedad de nuestra propia vida, la pobreza, no sólo la pobreza de los pobres, sino la de nuestras propias mentes, de nuestros propios corazones. Y cuando empezamos a descubrir esta enorme pobreza que padecemos a pesar de nuestra vasta información y de nuestro conocimiento, eso también engendra un gran dolor.
Está el dolor de la soledad, el dolor producido por la inhumanidad del hombre hacia el hombre, el dolor de perder a nuestro amigo, a nuestro hijo, a nuestro hermano, a nuestra madre, etc. Hemos llevado con nostros este dolor a lo largo de nuestras vidas durante siglos y siglos. Y jamás nos hemos preguntado si ese dolor puede terminar alguna vez. Nos lo preguntamos ahora, juntos, mirando este dolor del mundo y el dolor en que uno vive, en su propio corazón, en su propia mente, en su propio cerebro. Nos estamos preguntando si ese dolor puede terminar alguna vez, o si los hombres y las mujeres deben llevarlo consigo siempre, desde el pasado hacia el final del futuro. ¿Puede ese dolor llegar alguna vez a su fin?
Tal como hay un arte en amar, etc., también hay un arte en cuestionar, en dudar; dudar de nuestras propias conclusiones, de nuestras propias opiniones, preguntarnos por qué toleramos esta carga inmensa del dolor. El dolor es también autocompasión, un sentimiento de completa soledad; y está el dolor que originan los grandes fracasos, la comparación, todo el movimiento de experimentar un sentido de falta de relación con alguien. Pero jamás llegamos hasta el fin mismo del dolor. Más bien queremos escapar de él, buscar alguna forma de consuelo, alguna clase de droga que nos brinde un desahogo.
¿Podríamos, entonces, no tratar de encontrar una respuesta, no preguntar si el dolor puede ser vencido, si no estar atentos para ver todo el significado de esa palabra dolor? Dolor significa también, etimológicamente, pasión; no lujuria, pasión. Sin pasión, la vida se vuelve más bien torpe, carente de sentido. Y la terminación del dolor origina pasión. De modo que juntos vamos a considerar esta palabra, su contenido, el significado de esa cosa llamada dolor, que el hombre ha cargado consigo a lo largo de su vida; vamos a mirarla, no a explicar, no a encontrar su causa. El dolor tiene muchas causas: la muerte de un hijo, el fracaso de no tener éxito, de no ser capaces de realizarnos, y así sucesivamente. Pero si estamos investigando las causas del dolor, también estamos impidiéndonos mirar la palabra, la belleza, la fuerza de esa palabra.
El dolor implica aflicción, pena, ansiedad, soledad desesperada, la insensatez de esta existencia. Todo eso y más se halla contenido en esa palabra dolor. ¿Pueden mirarla de una manera plena, total, como si sostuvieran una joya preciosa, una pieza maravillosamente labrada? Sostenerla, permanecer con ella y no permitir, de ninguna manera, que surja el pensamiento e interfiera con esa realidad. Si pueden permanecer con ella, entonces esa palabra misma, el significado de esa palabra, llega completamente a su fin. Pero nosotros jamás permanecemos con nada. Siempre queremos terminar con el dolor, y, por eso, siempre nos estamos alejando de esa verdadera joya, que podría darnos gran vitalidad, gran fuerza, gran pasión.
¿Estamos caminando juntos, o ustedes tan sólo escuchan estas palabras emocionalmente, románticamente y, por lo tanto, jamás miran esa cosa, la pena, la aflicción, la vanidad en su propio ser? Si uno puede de veras sostener completamente esa joya, es una joya magnífica, pero el hombre ha intentado hacerlo todo para poder escapar del dolor; se han escrito libros y libros al respecto. Pero los libros, las explicaciones, las palabras, no son lo real. Permanezcan en estado de atención con lo real, y entonces esa atención misma pone fin a la cosa que llamamos dolor.
Donde hay dolor no puede haber amor. El amor no está relacionado con ninguna actividad del cerebro humano. El amor es algo que nace cuando no hay miedo, cuando el dolor llega a su fin. Entonces, ese amor mismo se convierte en compasión, que es pasión total con su inmensa inteligencia.
Todos vamos a morir, pero los seres humanos ponemos eso tan lejos de nosotros como sea posible; por consiguiente, hay dualidad: el vivir y el morir. ¿Alguna vez han considerado qué es la dualidad, y si la dualidad, el opuesto, existe siquiera? Mediante la tradición, los libros, nos han educado para pensar que hay dualidad, contradicción: hombre y mujer, enojo y no enojo, violencia y no violencia, etc. Hemos dividido pues, toda la vida en dualidad. Psicológicamente, ¿hay tal cosa como la dualidad, hay un opuesto? Desde luego, hay un opuesto entre hombre y mujer, entre la luz del día y la oscuridad de la noche, entre la salida y la puesta del Sol. Uno es más alto que otro, uno es más hermoso que otro, una persona es más instruida que otra; hay dualidad física, hay opuesto, cabello negro, cabello rubio, lo bello y lo feo.
Pero psicológicamente, intensamente, ¿existe un opuesto? Nuestra tradición sostiene que existe. Se han escrito libros diciendo que para estar libre de la dualidad hay que ser un liberado, lo cual es un completo disparate. Lo siento. Ustedes y yo podemos considerar este problema muy sencillamente, no con todas las complicaciones de los filósofos. Externamente hay dualidad, pero en lo interno, en lo psicológico, bajo la piel, hay una sola cosa, no hay tal dualidad. Digamos, por ejemplo, que hay furia; cuando digo: <>, eso se vuelve una dualidad, es el ideal que el pensamiento ha proyectado, estructurado, desde la angustia que experimenta. Existe, pues, únicamente ese hecho. La violencia es un hecho, la no violencia no es un hecho. ¿Por qué le asignamos, pues, tanta importancia a lo que no es un hecho? Estamos atrapados en este feo asunto de la dualidad, la cual implica opción, optar, escoger.
Psicológicamente, ¿hay, en modo alguno, un opuesto de algo? Hay violencia, ira, odio, desagrado. Esos son hechos. Pero inventar un <> como la no violencia, o que debo gustar de la gente, etc., eso es simplemente irreal. Por lo tanto, sólo existe el hecho. Y un hecho no tiene opuesto. Cuando vivimos con el hecho, eso no implica conflicto alguno. ¿Han comprendido algo de esto? Pero toda nuestra condición se basa en la dualidad: soy esto, no debo ser aquello; soy un cobarde, debo ser valiente; soy un ignorante respecto de mí mismo, así que debo aprender eso. Estamos atrapados en esta dualidad. Y lo que decimos es que, en lo psicológico, no hay realmente opuesto alguno. El opuesto es estructurado, o producido por el pensamiento para escapar de lo real, de lo que es. Soy violento, eso es lo real; pero muchas personas me dicen que no debo ser violento. La no violencia es totalmente irreal, ya que soy violento. Pero si permanezco con la realidad, entonces puedo hacer algo al respecto, o no hacer nada al respecto, no aparentar. Perseguir el ideal de la no violencia es tan sólo jugar juegos conmigo mismo. Mientras persigo la no violencia, de hecho soy violento. Decimos, pues, que no hay opuesto psicológico, sólo existe lo que es. Y si ustedes comprenden eso, ¿existe, entonces, en modo alguno, el conflicto de la dualidad?
Con esa calidad de creebro que ha comprendido esta cuestión de la dualidad, consideremos lo que llamamos el vivir y el morir. Estamos tratando de eliminar por completo este conflicto entre lo que es y <>. Entonces el cerebro está libre y pleno de energía para enfrentarse a las cosas tal como son. Tenemos, pues, el vivir y el morir como dos opuestos. Para comprender a ambos, el vivir y el morir, debemos abordar esto de una manera no dualística.
¿Qué es el vivir, a qué llaman ustedes vivir? ¿Concurrir a la oficina desde las nueve de la mañana a las seis de la tarde todos los días de su vida durante los sesenta años siguientes, y allí ser mandado, intimidado, e intimidar a su vez a algún otro? ¿O, si uno es un hombre de negocios, desear siempre más y más dinero, más poder, una posición mejor, y después, en el hogar, reír con la esposa, dormir con ella, y azotarla, verbalmente o de hecho? Y eso es lo que llamamos el vivir, esta lucha constante, este constante conflicto, esta completa desesperanza. Y en lo más profundo de nuestro corazón hay miedo, desesperación, ansiedad, aflicción. Esto es un hecho, ¿verdad? Y nos atemoriza abandonar eso, porque la muerte está próxima. Uno está profundamente identificado con esto que llama el vivir, ha echado raíces en ello, y tiene miedo de que todo eso se termine.
Por eso dice que habrá una próxima vida. La próxima vida es la continuidad del mismo viej patrón, sólo que es un entorno quizá diferente. Si uno cree en la próxima vida, entonces debe vivir rectamente ahora, de una manera moral, ética, con cierto sentido de humildad. Pero ustedes no creen realmente en la próxima vida, hablan de ella, escriben libros al respecto. Si de veras creyeran, entonces deben vivir rectamente ahora, porque su futuro será igual a lo que son ahora. Si no cambian ahora, su futuro será el mismo. Esto es lógico, es cuerdo.
Para nosotros, la muerte es el fin total, la terminación de nuestro apego, de todo lo que hemos aceptado. No podemos llevárnoslo con nosotros. A uno podrá gustarle tenerlo hasta el último instante, pero no podrá llevárselo consigo. Hemos dividido la vida en el morir y el vivir, y esta división ha originado un gran miedo. A causa de ese miedo inventamos toda clase de teorías muy consoladoras; quizá sean ilusorias, pero son muy reconfortantes. Las ilusiones son confortablemente neuróticas. Pero, ¿es posible, mientras vivimos, morir para las cosas a las que nos hemos apegado? Si me apego a mi reputación, y estoy envejeciendo, siento que la muerte se acerca y tengo miedo, porque voy a perderlo todo. ¿Puedo, pues, estar totalmente libre de la imagen, de la reputación, de lo que los demás me han dado? De ese modo, estoy muriendo mientras vivo. Así, no hay entre el vivir y el morir una división separada por millas, están el uno junto al otro. ¿Comprenden la gran belleza de cada día, de cada segundo cuando no hay acumulación, acumulación psicológica? Uno tiene que acumular en cierto modo ropas, dinero, etc., eso es un asunto distinto, pero psicológicamente no hay acumulación como conocimiento, como apego, como el decir: <>.
¿Lo harán? ¿Harán realmente esto, de modo tal que este conflicto entre la muerte y la vida, con toda su aflicción y su miedo y su ansiedad, llegue totalmente a su fin? de modo que ustedes han encarnado -el cerebro ha encarnado-. Entonces, el cerebro renace, es nuevo y, debido a eso, tiene una libertad extraordinaria. Así pues, mientras viven, estén con la muerte, de manera tal que sean huéspedes en este mundo, que no tengan raíces en ninguna parte, y que su cerebro esté asombrosamente despierto. Por que si transportan consigo todas estas cargas del ayer, el cerebro de ustdes se vuelve mecánico, se embota. Si cada día dejan atrás los recuerdos psicológicos, las heridad psicológicas, las aflicciones, esto implica que el morir y el vivir marchan juntos. En eso no hay miedo.
¿Qué le ocurre a la personas que no hace ninguna de estas cosas? Por favor, lo que sigue es dicho con gran humildad, con gran compasión y afecto. Escucho a alguien que habla acerca de una manera por copleto diferente de vivir. veo la lógica de ello, su cordura, su claridad. Lo veo intelectualmente, lo he aceptado desde el punto de vista verbal. Pero sigo con mis viejos comportamientos, los comportamientos de mi vida, a los que estoy acostumbrado. Y voy a morir y tengo miedo, como lo tiene la mayoría de la gente. Pregunto, pues, ¿qué va a ocurrir. ¿Renaceré?
Mi conciencia aceta esta vieja forma de vida y abriga la esperanza de que en la próxima vida tal vez tendré una oportunidad mejor. Cada uno de nosotros comparte esta conciencia, de modo que no es <>. Por favor, ustedes deben preguntarse si su conciencia es su conciencia individual o si es compartida por toda la humanidad. Toda la humanidad pasa por lo que uno está pasando, en diferentes entornos, en ambientes distintos. Por lo tanto, uno no es realmente un individuo. Podrá tener un cuerpo distinto al de otro, una mayor cuenta bancaria. Uno podrá ser un inválido, otro sano, pero nuestro ser interno es compartido por todo el resto de la humanidad. En consecuencia, uno es la humanidad. En tanto siga pensando que es un individuo, está viviendo una ilusión, porque su conciencia, su vida, son compartidas por todos los que habitan esta Tierra. Así, cuando uno muere, su conciencia que, que es compartida por toda la humanidad, continuará. Y si esa conciencia se manifiesta a través de alguien, y entonces esta persona dice: <>, <>, <<atman>>, <>, etc.
Hay, pues, una manera de vivir por completo diferente. Entonces una ya no se interesa en el morir, sino en el vivir, vivir que contiene la muerte, que se mueve con la muerte. Les dejo esto a ustedes. Si no lo comprenden, tengan la bondad de no rechazarlo; descubran, cuestionen, duden de su propia individualidad. Es posible vivir una vida en la que, psicológicamente, no haya jamás un registro continuo, una vida en la que llegue a su fin el registrar. Digamos que alguien me adula, o me insulta, y eso se registra. Ahora bien, no registrar la adulación ni el insulto es tener un cerebro libre, no agobiado por un millar de registros de un millar de ayeres.
Las religiones que existen por todo el mundo, aceptan dogmas, ciertas creencias fantásticas, ciertos rituales sin sentido. Para descubrir qué es religión, uno debe dudar de todo lo aceptado, debe tener la vitalidad, la fuerza necesara para acabar con ello. Debe cuestionar, dudar, extirpar toda la estructura creada por el pensamiento. Cuando uno cuestiona todo esto y quiere descrubrir la naturaleza de un cerebro religioso, de una mente religiosa, tiene que haber libertad para investigar. Si tenemos una hipótesis, ésta tiene que ser verificada bajo un microscopio, o bajo la claridad de nuestra propia atención. Si un ser humano, uno mismo, tiene la intención, el impulso, la anergía, la pasión para descubrir si existe algo sagrado, santo, no debe haber miedo ni sentimiento alguno de ansiedad; ha de haber libertad total. Y eso es meditación.
La meditación sólo puede ser real, verdadera, honesta, cuando no hay miedo ni heridas psicológicas ni angustia ni dolor; puede tener lugar únicamente cuando no existe ningún esfuerzo consciente para meditar. Me temo que esto va contra todo aquello en que ustedes creen.
¿Cómo da uno con lo sagrado? ¿Existe, acaso, algo que sea sagrado? El hombre ha buscado a lo largo de los siglos algo más allá de esto. Lo ha buscado desde la época de los antiguos sumerios, los egipcios, los romanos. Y ha rendido culto a la luz, al Sol, al árbol, ha adorado a laMadre, etc., sin encontrar jamás nada. ¿Podemos, pues, juntos, o más bien, dar juntos con aquello que es lo más sagrado?
Eso puede ocurrir sólo cuando hay silencio absoluto, cuando el cerebro está absolutamente quieto. Si ustedes están atentos, alerta, alerta a sus palabras, al significado de las palabras, sin decis jamás una cosa y hacer otra, si están alerta todo el tiempo, podrás descubrir por sí mismos que el cebero tiene su propio ritmo natural. Pero sobre ese ritmo natural, el pensamiento ha impuesto toda clase de cosas. Para nosotros, el conocimiento es tremendamente importante. Cualquier cosa física que hagamos, requiere conocimiento; pero el conocimiento psicológico, el conocimiento que uno ha acumulado respecto de los agravios recibidos, respecto de su vanidad, de su arrogancia, de su ambición, etc., todo ese conocimiento es uno mismo. Y con ese conocimiento tratamos de descubrir si existe algo sagrado. Jamás podremos descubrirlo mediante el conocimiento, porque el conocimiento es limitad y siempre lo será, física, tecnológica y psicológicamente.
El cerebro debe estar, pues, absolutamente quieto, no por medio del control, no siguiendo algún método o sistema, no cultivando el silencio. El silencio implica espacio. ¿Han notado qué poco espacio tenemos en nuestro cerebro? Éste se halla obstruido, lleno de muchos miles de cosas; dispone de muy poco espacio. Y el silencio requiere que haya espacio, porque aquello que es inconmensurable, innominable, no puede ser percibido o visto por un cerebro pequeño y estrecho. Si ustedes emprenden un viaje dentro de sí mismos, si vacían todo el contenido que han acopiado y penetran muy, muy profundamente, entonces existe ese vasto espacio, ese espacio pleno de energía.
Y únicamente en un estado así, existe aquello que es lo más sagrado, lo más santo.
Nueva Delhi, 13 de Noviembre de 1983.

miércoles, 27 de septiembre de 2006

Una idea de Dios

Desde niño, siempre me pareció absurda e insignificante la idea de un Dios, o, por lo menos, la idea de un único Dios.
Mucho más atractivos se me insinuaban los Olímpicos, que retumbaban con el potente trueno en las noches de tormenta, de las que disfrutaba enormemente, pasando no pocas observando los rayos iluminar lo que hasta entonces era no-iluminado.
Sin embargo, debo admitir que incluso a mi me fue (y es) difícil escapar de la idea de un Dios, ya que nuestra razón, lo queramos o no, tiende al resumen, a la generalización, y su misma naturaleza la lleva a formular, consciente o inconscientemente, la idea de Unidad.
Tal vez haya sido esto lo que llevó a Descartes a formular su idea de que Dios existía, entre otras cosas, porque su idea aparecía innata y naturalmente en la iluminada mente del ser humano.
Mi encuentro con Dios fue de tipo mucho más psicoanalítico: yo demostré ser el más fervoroso creyente debido, no a la creencia en un benigno y todopoderoso Dios, sino en el profundo disgusto por la inmediata realidad material que, en menor o mayor medida, todos profesamos.
La angustia que me produce lo limitado, lo finito, lo imperfecto, lo incompleto, es tan grande que en ella veo el reflejo del Torquemada latente que llevo dentro, y que me impulsa, sin quererlo, a profesar un amor incondicional y absoluto por el orden y la perfección, atributos que son ajenos a este universo, y, por lo tanto, extraños a él: tal es el concepto de Dios. Y no creo que este amor haya sido insignificante en el llamado pensamiento Occidental, desde que los "aqueos de rubicundas melenas" se pusieron a debatir en el ágora.
Un Dios que es tan maravilloso y que concentra todos los atributos que ya formulara Parménides de Elea no puede encontrarse en este universo, que es presa de la furiosa retórica mental y social de todos los días. La santificación la adquiere por exclusión: es tan extranjero a todo lo que conocemos, que nada se puede refutar, y, por la misma estupidez de la naturaleza humana, se convierte en inviolable, y en símbolo de lo más sagrado de cada uno de los individuos: la propia conciencia.
Así, pues, mi conversión se debe no al amor por lo Creado, sino a mi disgusto por la imperfección de tal Creación, y a un continuo anhelo por recuperar el Paraíso perdido, del que nos expulsó el celoso Dios de los desiertos.

martes, 26 de septiembre de 2006

Un mito

Caminando el otro día por el nuclear barrio de Caballito, encontré una calle que lleva el nombre "Martín de Gainza", y que aparece, en un libro de mi Tío, como un personaje de uno de sus cuentos.
Al principio me sorprendió ver ahí plasmada esa figura que resonó en mi mente tantas veces al leer dicha historia; y la curiosidad pudo más, y no tuve más remedio que adentrarme a explorarla.
Descubrí que mi asombro era absoluto: recorría frenéticamente las veredas buscando una señal, un signo de que lo que veía era cierto, era real. Miraba cada árbol con un aire angustiado, pidiéndole en secreto que me revelara si él, mi Tío, había realmente estado allí.
Tardé unas semanas en comprender realmente el por qué de mi repentina obsesión con esa callecita.
A veces tendemos a demonizar tanto el presente, que no nos damos cuenta que es el único momento que realmente transcurre. Siendo el pasado y el futuro, esencialmente distintos en naturaleza, podemos jugar con ellos el juego de la imaginación. Y creo que es de ésta manera cómo surgen los mitos.
Para mi, estar en esa calle, era estar en un pedacito de realidad que mi Tío había presenciado, y que, tal vez, no volvería a ver nunca más. Pero entre su percepción y la mía, parecía extenderse el abismo del tiempo, como si miles de años, y no unos pocos, hubiesen transcurrido; como si se tratase, en realidad, de otro mundo.
La aparición de esa calle rompió el hechizo, y yo me di cuenta que el tiempo había jugado conmigo. Había idealizado tanto la escena y los individuos que eran en la historia, que su repentina aparición en mi mundo cotidiano destruyó algo muy frágil: la creencia común de que el pasado es distinto y, con frecuencia, mejor.
Supongo que Jorge Drexler tiene razón al declarar en uno de sus temas: "Todo tiempo pasado es peor, no hay tiempo perdido peor que perdido en añorar", porque, al fin y al cabo, el presente es todo y el único tiempo que tenemos.

lunes, 25 de septiembre de 2006

Azar

A veces siento que tomé decisiones equivocadas, que las elecciones que hice, y que me condujeron hasta el punto exacto en donde hoy me paro, no fueron las mejores y podrían haber sido meditadas con un poco más de ganas y esfuerzo.
Pero hay un riesgo cuando pienso de esta manera: me olvido de todas las pequeñeces que contribuyeron a llevarme al momento presente. Millones de respiraciones, pensamientos de lo más variados y, a veces (muchas) antagónicos, dolores de cabeza, momentos de felicidad y de tristeza, miradas, lastimaduras, movimientos inconscientes, negligencias, caprichos, etc.
Y entonces no puedo pensar más que en lo fortuita y frágil que es la voluntad humana, que depende de todas estas y muchas más cosas.
Moldeamos nuestra vida de acuerdo a pequeños incidentes que tienen lugar todo el tiempo y todo el día, y de los cuales sólo una fracción es realmente susceptible de ser modificado por nuestra diminuta e ínfima voluntad. El contraste, entonces, entre esa idea de mundo que tenemos en la mente, y el mundo en sí, no puede dejar de ser frustrante.
Pero por suerte, siempre me acuerdo que te tengo a vos, mirándome con esos hermosos ojos verdes, y sabiendo que no podría haber sido más feliz si hubiese cambiado una, sólo una, de mis pasadas decisiones, porque al fin y al cabo, malas o buenas, conscientes o no, me llevaron hasta vos, que sos mi felicidad.

domingo, 24 de septiembre de 2006

Más allá de la soledad

Hace ya un tiempo, una persona cercana a mi corazón me dijo: "¿Sabes, Nachito?, mi propósito es saber que hay más allá de la soledad".
Y hoy, en una noche inusualmente fría, sentí que esta pregunta volvía a mi, después de dormir muchos meses en las profundidades de la inconsciencia. ¿Qué hay detrás del sentimiento de soledad; de esa sensación de estar en una desolada llanura, en una noche fría y oscura, rodeado por altas montañas impasables?
Hoy sentí que debía responderme esa pregunta, porque, tal vez, su respuesta me traería alivio después de semanas de incertidumbre y depresión. Pero, inmediatamente después de formularla, otra pregunta acudió en su auxilio: ¿por qué querer resolver todo?, o, mejor dicho: ¿por qué querer tener todo bajo control?
Creo que es ese deseo el que mejor ilustra la condición de la existencia humana en general: un miedo absoluto a perder el control de las cosas, a quedarnos totalmente solos, a sentir que ya nada tiene sentido.
La sensación de vacuidad de la que continuamente escapamos está ahí por las noches, cuando nada le impide ingresar, cuando las macizas puertas del inconsciente se abren pocos segundos antes de quedarnos dormidos; entonces, un agudo sentimiento de inseguridad y duda nos atormenta y nos preguntamos las cosas con un poco más de seriedad.
A mi me gustaría realmente saber qué hay más allá de la soledad, y de nuestra continua huída mental, pero, por ahora, la respuesta me elude furtivamente, como una presa al cazador. ¿O será, quizás, que no quiero realmente saber?
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Interlocutor: Más allá de todos los miedos superficiales hay una profunda angustia que me elude. Parece ser el miedo mismo a la vida... o tal vez a la muerte. ¿O se trata de la inmensa vacuidad de la vida?
Krishnamurti: Pienso que la mayoría de nosotros siente esto; casi todos tenemos una gran sensación de vacuidad, una gran sensación de solitud. Procuramos evitarla, escapar de ella, encontrar seguridad, permanencia, lejos de esta angustia. O intentamos librarnos de ella analizando múltiples sueños, las distintas reacciones. Pero siempre está ahí, eludiéndonos, sin que pueda ser resuelta tan fácilmente, tan superficialmente. Casi todos somos conscientes de esta vacuidad, de esta solitud, de esta angustia. Y, por tener miedo de ella, buscamos la seguridad, un sentido de permanencia en las cosas o en la propiedad, en las personas o en la relación, así como en las ideas, las creencias, los dogmas, el nombre, la posición social y el poder. Pero, ¿puede esta vacuidad ser erradicada mediante el mero escapar de nosotros mismos? Y este escapar de nosotros mismos, ¿no es, acaso, una de las causas de confusión, dolor, desdicha, en nuestras relaciones y, por ende, en el mundo?
Tomado de "Libertad Total", por J. Krishnamurti.

sábado, 23 de septiembre de 2006

Un pequeño fragmento de realidad

Hoy irrumpimos en la ciudad. La lluvia había lavado nuestros brazos, y nuestros corazones estaban alegres cuando la rosada luz apareció en el horizonte. Los dioses nos sonreían y, raudos, prendimos fuego a las innumerables puertas de dura madera. Entramos con un clamor de gritos y ofrecimos innumerables sacrificios a los demonios de la Oscuridad. El palpitante color de la sangre nos empujó hacia el templo, de un azul como sólo el cielo de nuestra tierra posee. Los sacerdotes de blanca barba se inmolaron ante nosotros y supimos que el Dios nos ofrecía su poder. Me apropié de infinitas tierras y de casas altas como montañas. El áureo metal en insuperable cantidad, se ofreció a nosotros como el agua de la lluvia a los árboles de anchas copas. Nosotros éramos los bendecidos de los dioses, los elegidos, los hijos del Cielo: Babilonia era nuestra.

Opuestos

Atacaron los hijos de Judá a Jerusalén y la tomaron, pasaron a sus habitantes a filo de espada y pusieron fuego a la ciudad.

Jueces, 1, 8.

Oísteis que fue dicho a los antiguos: "No mataréis", y cualquiera que mate será culpable de juicio.

Mateo, 5, 21.

viernes, 22 de septiembre de 2006

Dos pensamientos

Paseando en una bella mañana primaveral por la recta carretera, el cielo se veía extraordinariamente azul; no había una sola nube y el Sol era cálido, no demasiado caluroso; se sentía agradable. Las hojas brillaban y había animación en el aire. Era realmente una mañana de extraordinaria belleza. Ahí estaban la alta montaña, impenetrable, y los cerros de abajo se veían verdes y hermosos. Y mientras paseaba tranquilamente, sin muchos pensamientos, uno vio una hoja muerta de color amarillo y rojo brillante, una hoja de otoño. ¡Qué bella era, tan sencilla en su muerte, tan natural, tan llena de belleza y vitalidad de todo el árbol y del verano! Era extraño que no se hubiera marchitado. Al contemplarla más de cerca, se veían todas las nervaduras y el tallo y el contorno de esa hoja. Y esa hoja era todo el árbol.
¿Por qué los seres humanos mueren tan desdichadamente, tan lamentablemente, con enfermedad, vejez, senilidad, con el cuerpo encogido, feo? ¿Por qué no pueden morir tan natural y bellamente como esta hoja? ¿Qué hay de malo en nosotros? A pesar de todos los médicos, de las medicinas y los hospitales, de las operaciones y de toda la agonía de la vida, y también de los placeres, no parecemos capaces de morir con dignidad, con sencillez y con una sonrisa.
Tomado de "Libertad Total", por J. Krishnamurti.
El que conoce a los hombres es sabio
Quien se conoce a sí mismo es un iluminado.
El que vence a los hombres tiene fuerza.
Quien se vence a sí mismo es invencible.
Quien sabe contentarse es rico.
El que obra con vigor es voluntarioso.
El que no se desvía mucho dura.
Quien puede morir sin perecer tiene larga vida.
Tao Te Ching.