sábado, 23 de septiembre de 2006

Un pequeño fragmento de realidad

Hoy irrumpimos en la ciudad. La lluvia había lavado nuestros brazos, y nuestros corazones estaban alegres cuando la rosada luz apareció en el horizonte. Los dioses nos sonreían y, raudos, prendimos fuego a las innumerables puertas de dura madera. Entramos con un clamor de gritos y ofrecimos innumerables sacrificios a los demonios de la Oscuridad. El palpitante color de la sangre nos empujó hacia el templo, de un azul como sólo el cielo de nuestra tierra posee. Los sacerdotes de blanca barba se inmolaron ante nosotros y supimos que el Dios nos ofrecía su poder. Me apropié de infinitas tierras y de casas altas como montañas. El áureo metal en insuperable cantidad, se ofreció a nosotros como el agua de la lluvia a los árboles de anchas copas. Nosotros éramos los bendecidos de los dioses, los elegidos, los hijos del Cielo: Babilonia era nuestra.

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