"Grates, inquit, tibi ago, summe Sol, vobisque, reliqui Caelites, quod, ante quam ex hac vita migro, conpiscio in meo regno et his tectis P. Cornelium Scipionem, cuius ego nomine ipso recreor; itaque numquam ex animo meo descedit illius optimi atque invictissimi viri memoria".
Cicero, Somnium Scipionis.
Mi profesora de latín dijo algo ayer que hizo caer la ficha: dijo en un momento de divina inspiración (tiene que haberlo sido, por cierto), que toda la fatiga de aprender este fardo gramatical, las normas, las desinencias infinitas, los tiempos verbales extraños, etc., tenían su premio cuando uno podía sentarse con un libro, leer un párrafo como el anterior, y tener una conversación directa con un hombre que vivió hace más de 2000 años.
Fue como un clic, una chispa que encendió un fuego más grande. Me di cuenta que amo lo que hago, que voy a disfrutar muchísimo mi carrera, y que al relegarla, al postergarla, al pensar que no era algo que estaba seguro quería hacer, me engañaba a mí mismo.
Desde que tengo 8 o 9 años estoy interesado en la historia del Mundo Mediterráneo: de toda esa cultura regional que se extendía desde las Columnas de Hércules hasta la Propóntide, y aún más allá. Por muchas razones, fui relegando esta actividad, diciéndome que no era lo que quería hacer, que tal vez no había una vocatio en la vida de todas las personas. Creo haber descubierto ayer que este no es mi caso.
El texto anterior, escrito en el más bello de los latines, dice lo siguiente:
"Te doy las gracias, Soberano Sol, y a ustedes, los otros habitantes del cielo, porque antes de morir veo en mi reino y bajo estos techos a Publio Cornelio Escipión, por cuyo nombre encuentro gran placer; y por el cual nunca se aleja de mí el recuerdo de este hombre perfecto e invicto".
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