sábado, 19 de julio de 2008

Meditación

¿Qué es la meditación?

¿Es sentarnos en postura de loto, cómodamente, con algo de música new age, y concentrarnos en nuestra respiración, es una imagen agradable?

¿Es una experiencia colectiva, algo que se da en un monasterio lleno de gente, vacío de sonido?

¿Es la mantralización repetitiva hasta el acallamiento de la mente?

Más bien la meditación es la mente volviéndose totalmente receptiva, como un espejo de agua, reflejando un cielo calmo.

¿Pero entonces, cómo se llega a la mente receptiva?

La respuesta es no intelectual, o más bien planteada intelectualmente, no puede ser resuelta: a la mente receptiva no se llega por ningún camino, más bien es el camino por el cual transitamos, y la observación son los pasos que vamos dando en él.

Una mente receptiva es antes que nada una mente que puede observar su propio movimiento, puesto que nada está buscando, y porque no busca sacar ningún provecho de alguna hipotética búsqueda: es una mente que no mide, que no compara.

¿Es una utopía? Yo sé que no, porque en brevísimos chispazos de conciencia observadora, cuando la atención estaba totalmente puesta en el funcionamiento de la mente, pude observar su mecánica.

¿Qué es lo que vi? Vi un inmenso miedo. No bastan las palabras para describirlo, puesto que su intensidad nos quita el aire, y su vastedad semeja al vacío que llena el Universo. Ese miedo a lo desconocido, a la muerte, condiciona toda nuestra vida, y a través de la experiencia de la relación con ese vacío que algunos llaman soledad, o angustia existencial, creamos nuestro presente.

Pero es sólo la mente que no resiste este vacío, una mente que está en pura observación, es una con ese vacío, y no escapa, la que puede observarlo. Creo que a esto algunos místicos llaman Dios o el Misterio, pero de esto nada cierto se puede decir, porque la experiencia es instransferible, y el sendero no puede ser caminado por dos pares de pies, sino que cada sendero es distinto según quien camine.

La meditación es, pues, este estado de pura observación, cuando la mente se vuelve completamente femenina, vacía, receptiva, y por lo tanto, cesa de ser, y deja espacio para que surja lo que no viene del pasado.

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