Es temprano, y el Sol está saliendo. Se ven los edificios más altos bañados por las primeras luces. Más elevadas que ellos, las nubes policromadas, decoran un fondo turqueza bellísimo: blancas, grises y negras, se amontonan belicosas en las alturas.
Acá abajo, los árboles están perdiendo sus hojas. El color amarillo es tan intenso que parece un sueño, y algunos fresnos ya están comenzando a quedarse pelados: pero no son egoistas, y comparten con los míseros mortales sus dones, alfombrando el gris cemento con colores rojos, verdes, ocres, anaranjados. Las aves cesan en sus cantos, las hormigas vuelven sobre sus pasos y se dirigen a sus profundidades laberínticas, los hombres siguen ocupados, ellos no hacen nunca caso del ciclo de vida que se desenvuelve indiferente ante sus miradas aburridas y cansadas.
Creo que es mi estación favorita. Siempre tiene un encanto difícil de explicar, y que tal vez sea más que todas estas cosas juntas. Tal vez sea que se trata de un momento excepcional cuando Perséfone se muestra esplendorosa antes de ir a vegetar con su cruel marido en las profundidas del Hades.
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