La noche había empezado bien, más que bien. A las 20:03 me llamó Ezequiel, un amigo que desde que recuerdo, hace percusión y ama la música como la vida misma, diciéndome que tenía buenas noticias para mí: me había conseguido entradas para ir a verlo como telonero de Paulinho Moska en el Teatro Coliseo. Habíamos hablado unos días antes, y me había contado con la usual familiaridad de los músicos, que iba a estar compartiendo el escenario con el músico carioca, lo cual no evitó que a mí esto me sorprendiera mucho, porque hacía mucho que no lo veía y no sabía que estaba tocando en lugares tan grandes.
Salí apresuradamente de casa, y me fui por Charcas/Marcelo Torcuato de Alvear hasta el teatro, y llegué cinco minutos antes de que empezara la banda: Daniel Sartori y los peces de la Estigia, curioso nombre, puesto que no recuerdo que en la laguna infernal habitase alguien más que el temible Caronte.
Cuando me acerqué a la ventanilla de invitados y anuncié mi nombre me llevé la primer grata sorpresa de la noche: una chica muy hermosa me preguntó cuántas entradas quería.
"¿Cómo cuántas entradas?", dije yo ingenuamente.
"Sí, ¿con cuántas personas venís?", me respondió ella con cuatro o cinco tickets en la mano.
Es uno de esos momentos en los cuales uno lamenta no haber llevado a alguien más. Le dije con cierto pesar mezclado con alegría (y acaso con extrema ingenuidad), que necesitaba sólo una.
Entonces me llevé la segunda grata sorpresa de la noche, que no habría de ser la última: había enfilado hacia el sector super-pullman, imaginando que la entrada me dirigiría invariablemente hacia el sector menos costoso del teatro. Pero los organizadores me pidieron el ticket y me escoltaron hasta la 5º fila: tenía el escenario ahí adelante mío, lo cual presagiaba una noche de lujo.
La acomodadora me dio un librito de Muba, el festival de música brasileña que se está organizando en Buenos Aires desde Agosto hasta Marzo y que incluye la presentación de muchos músicos de aquel país, como Vanessa da Mata, Jorge Vercillo, Daniela Mercury, Natiruts, y el mismo Paulinho.
Al lado mío, estaban sentadas algunas chicas que trabajaban en la embajada de Brasil, con las cuales me quedé conversando en un portuñol vergonzoso sobre Brasilia, la música, Río, la música, el carnaval, Buenos Aires.
Confieso con mucha vergüenza que un video proyectado para la ocasión, y que se repetía una y otra vez, me dio ganas de ir a ver a Daniela Mercury: la mostraban bailando y cantando, y entonces reparé en lo bella y armoniosa que era esa mujer. Sonreía con una naturalidad deslumbrante, y llevaba un vestido que forzaba al espectador a no apartar la vista de la pantalla.
Al poco tiempo, salió la banda telonera. Tocaron 4 o 5 temas, y sonaron muy bien. La melodía era un rock/pop con inconfundibles ritmos y melodías brasileñas, y gustó mucho. Me hubiese gustado que la percusión, a cargo de Ezequiel sonase un poco más fuerte, dándole al sonido un tempo más sambero, más africano, pero como lo anunciaba el nombre de la banda, el líder y sus estribillos predominaban en las canciones, y la percusión y el ritmo, si bien presentes, quedaban relegados como una dama de compañía.
Paulinho se tomó otra media hora en salir. El público aplaudía impaciente, y las brasileñas a mi lado miraban el reloj cada 5 minutos. Cuando por fin se decidió a salir, el público lo recibió estruendosamente: el teatro estaba lleno, y había gente sentada en los pasillos.
Abrió con los temas más conocidos: Tudu Novo de Novo, y Lagrimas Diamantes, pero tocó muchos temas que está armando para un disco nuevo que se llamará Mucho Poco. Paulinho estaba de muy buen humor, como siempre, y el público lo recibió con alegría, festejando sus chistes y comentarios. Recuerdo que la última vez que había estado en el Coliseo había sido para ver a Drexler que se ve, no tenía un muy buen día y había chocado con el público en un par de ocasiones.
Tocó un blues que me gustó mucho y grabé con mi cámara. Desafortunadamente, al hacerlo de la poco ortodoxa forma vertical, cuando quise subirlo no pude rotarlo, así que me resigné a subir algunas fotos.
Kevin Johansen entró como invitado, y como alguna vez había hecho con Drexler, sacó a bailar al carioca. Cantaron Desde que te perdí, y La Edad del Cielo.
El show cerró con temas nuevos, pero ya se anunciaban aires de tormenta cuando la malhadada cámara, después de un paro cardíaco en el cual la pantalla quedó dos o tres segundos de color violeta, se apagó en el medio del video del último tema.
A pesar de esto la pasé muy bien, y enfilé para la salida buscando a Ezequiel, que estaba con su flamante novia, con la cual me quedé charlando un rato, y me contó cómo se había conocido.
Al rato volvió Ezequiel que nos dijo: "Esperen que nos vamos para camarines".
Fuimos a buscar los instrumentos, y nos cruzamos con Paulinho y su banda, tuve mi momento frívolo y superficial sacándome fotos con el Piojo López, ese delantero fenomenal que tantas alegrías nos dio en la década de los 90's, arrojando innumerables balones sobre la concurrencia. Dejamos que las groupies mal disimuladas circulasen junto con cantidades importantes de marihuana y alcohol, y nos fuimos para el sector de la banda telonera.
Me despedí de mi amigo, muy agradecido por la invitación, y por el reencuentro.
Volví a casa muy contento, pero apurado. Había quedado con otro amigo en ir al cumpleaños, y ya eran las 12 y todavía no había salido. Con culpa, me tomé un taxi y me fui hasta la casa. Cuando llegué, me quedé charlando con Seba y la novia, pero lo que en realidad aseguró mi permanencia fue la sorprendentemente bella prima del cumpleañero, con quien charlé toda la noche.
Seba se tenía que ir porque hoy trabajaba, y algo me decía que había llegado también la hora para mí de partir. Pero como suele suceder en estas ocasiones, no razoné, sino que me dejé guiar por los ojos negros de una mujer, y me fui con ella y Ceci, otra amiga, a un bar. Craso error. Cuando llegué, poco acostumbrado a las salidas nocturnas, me pidieron cédula o identificación, y ellas, más listas que yo, la tenían. Me tuve que volver a casa, dejándolas con los demás. Estaba en un barrio totalmente desconocido (Paternal) y el único colectivo que conocía por la zona no pasó en toda la noche. Enfilé por Avenida San Martín y caminé como 3 kilómetros, hasta que di con Juan B. Justo y me tomé el 109.
Pero no acabaron allí mis problemas, porque bajado antes a comprar algo, me robaron. Hacía como 12 años que no me robaban, si bien había tenido varios episodios en los cuales robaban a personas cercanas a mí o con las que caminaba circunstancialmente. Mi proverbial indigencia me fue de ayuda entonces: consiguieron sacarme la modesta suma de 5 pesos, y cuando me pidieron el celular, lo desdeñaron al observar que ni siquiera se distinguían los números. Esto confirma que mi teléfono es una entidad provista del raro don de la inmortalidad.
Volví a casa muerto de cansancio, y hastiado de la naturaleza horrenda del ser humano. Una noche me había bastado para comprobar que todo lo que sube, debe bajar, como dice el Kybalión. La había pasado muy bien, y había terminado agotado, robado y molesto conmigo mismo, lo cual no dejaba de sorprenderme, porque por una vez se había cumplido la máxima de los antiguos que sostenían la caprichosa naturaleza de la diosa Fortuna, y la necedad del hombre vano que se gloría de sus acciones, cuando tan poco control tiene sobre ellas.
3 comentarios:
Ja! Ying y yang a pleno! Un garrón el término de la noche con el robo, pero todo lo anterior buenísimo! Paulinho! Otro show que me perdí. :(
Y Paternal no es la loma del orto, che!
Es que cuando tenés que caminar a las 5 de la mañana como 60 cuadras parece bastante lejos.
:S
Si... eso no debe estar copado... pero bueno, es un lindo barrio. Me crié ahí.
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