Íbamos conversando con un amigo por el dilecto barrio de Panormus, cuando un sujeto de apariencia sospechosa se bajó de una moto, tomó a mi amigo por el cuello, le puso un arma en las entrañas y le solicitó poco amigablemente que le diera su reloj. Llegué a tomarlo del brazo para golpearlo, pero me asusté cuando vi el arma y oí la amenaza de que si no lo soltaba iba a tener que visitar a mi amigo en el otro mundo.
Así que el hombrezuelo sacó el reloj, ante la indiferente mirada de 20 o 30 personas, que faltaba aplaudieran el grotesco espectáculo, se subió a la moto, y pasó ante la también aburrida mirada de dos policías.
Al acercarnos a dichos personajes, nos dijeron que no podían hacer nada, porque a los mismos sujetos los habían puesto presos más de 15 veces para salir, luego, inevitablemente.
El premio por todo esto, nuestro grato consuelo fueron las dos horas de espera en la comisaría para realizar la denuncia.
Y mientras escribo esto, me veo también llevado a reflexionar sobre otro incidente ocurrido hoy a la madrugada mientras volvía a casa. Estaba a dos cuadras de la misma cuando me detiene una chica (que dicho sea de paso, estaba tremenda) pidiéndome que la ayude que la acababan de robar. Llamamos al 911 y nos quedamos esperando al patrullero que tardó 25 minutos en venir.
Así que, viendo que últimamente a todo el mundo asaltan, y dejan indemne, no sería alocado presumir que la única vez que sea a mí a quien roben, encima me peguen un tiro, tan mala leche tengo.
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