miércoles, 20 de agosto de 2008

Miriam de Magdala

Se levantó del áspero suelo donde había caído, y rozó sus sandalias de cuero sin curtir. Los perfumes en nada se parecían a aquel indefinible olor que manaba del hombre santo.
Con un ligero movimiento de labios, despachó a la jauría de rabiosos purificadores de Israel, y le tendió una mano a ella, la más mísera de las pecadoras. La textura de aquellas manos...las manos de un carpintero, astilladas y curtidas: eran manos hermosas. Nunca las podría olvidar, clavadas en aquel madero infame.

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