domingo, 15 de junio de 2008

Siddharta

La historia de Siddhartha narra lo siguiente: el rey Suddhodana y su esposa Maya iban de camino a la ciudad de Lumbini, actualmente en Nepal, cuando los dolores propios del parto interrumpieron el viaje. El cuerpo de esta mujer no soportó las labores y murió unos días después de dar a luz un primogénito al rey y al reino. El nombre elegido para él fue el de Siddhartha, que significa "aquel que logra su cometido".
Mientras el séquito festejaba el nacimiento de esta nueva esperanza, un eremita de las montañas del Himalaya, llamado Asita, se acercó a ellos y predijo que el niño debía convertirse algún día en un gran rey o en un hombre santo, y que estas posibilidades dependerían de la visión o no de la corrupción y muerte de este mundo.
Como el gran príncipe que era, Siddhartha creció rodeado de lujo y belleza, puesto que su padre ya había tomado en su corazón la decisión de ver a su hijo convertirse en un poderoso rey de las montañas. Por lo tanto, los viejos, los débiles, y los incapacitados física y mentalmente fueron alejados de la pequeña capital del reino: Kapilavastu.
El rey coronó sus esfuerzos con un matrimonio entre su hijo y una prima lejana, Yasodhara, la cual dio a luz un hijo llamado Rahula. Así pues, Siddhartha se encontraba en paz en su ciudad, rodeado de lujo, riquezas y esplendor. No faltaban ni la mirra ni el oro ni el incienso, y el rostro de su mujer y de su hijo eran la Luna y el Sol. Siddhartha era feliz en su ignorancia.

Siddhartha contempla la muerte

Pasaron 29 años de esta vida de beatitud y esplendor, pero cierto día, quizás por negligencia, quizás por karma, Siddhartha vio finalmente el rostro de un hombre viejo en la ciudad, y las palabras de uno de los sirvientes, que le aseguró que ese era el destino de todos los hombres, no hizo más que dejarle un dolor profundo e insondable en el corazón. En efecto, veía Siddhartha cumplirse en su interior, la profecía, puesto que había abierto los ojos a la realidad, y ya no podía volver a su Jardín del Edén, puesto que había probado accidentalmente del fruto del conocimiento.
Movido por esta revelación, Siddhartha dejó Kapilavastu definitivamente, y mientras más se alejaba del centro urbano, sus ojos más se acostumbraban a la visión de la muerte, la podredumbre y la impermanencia de todas las cosas. Esto debió ser terriblemente doloroso para alguien acostumbrado a la juventud permanentes de las cosas. El impacto fue tan profundo, que Siddhartha, se unió a un grupo de ascetas con el propósito de trascender la muerte a través de rigurosos ayunos de comida y agua.
Sin embargo, el joven asceta se movía rápidamente de un maestro a otro, poco convencido por ls técnicas de los sabios, hasta que encontró un grupo de cinco jóvenes compañeros que llevaron su ascesis hasta condiciones infrahumanas, en donde se privaban de todo alimento excepto de una pequeña nuez diaria y un sorbo de agua.

Siddhartha, como asceta

Llevado a las puertas de la muerte por estas prácticas autodestructivas, Siddhartha perdió la inconsciencia cerca de un río y estuvo a punto de ahogarse. Sin embargo, no era ese su karma, sino que recobrada la consciencia aceptó un plato de arroz especiado que una muchacha llamada Sujata, la cual vivía cerca, le ofreció. Siddhartha comenzó a reconsiderar su camino a partir de esta experiencia, encontrando que el camino espiritual no podía depender de los extremos de mortificación e indulgencia con uno mismo. La persona verdaderamente espiritual debía evitar los extremos para seguir el camino del autoconocimiento, o se perdería en las redes de la mente.
Luego de esta experiencia, el Buddha tuvo una gran paz interna, y su corazón le habló, puesto que su mente estaba quieta, y lo que le dijo fue que debía meditar hasta alcanzar la Iluminación.
Siddhartha se dirigió entonces hacia un gran ficus y se sentó en posición de loto por cuarenta y nueve días, hasta que finalmente, después de concentrarse en su respiración, y contemplar la infinitud del universo interno, entenderlo, aceptarlo y trascenderlo, alcanzó el estado de despertar.
A partir de este momento, Siddhartha fue conocido como el Buddha, un ser que había alcanzado en sí mismo un grado de absoluta perfección, y que comprendiendo las causas del sufrimiento humano, había podido eliminarlas.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ahora entiendo por qué decías lo del libro de Hesse...

Ignacio dijo...

Sí, me gusta más la historia del verdadero Siddharta...igual, Hesse tiene otros libros muy interesantes.