El camino se perdía entre pinos de un verde oscuro, casi negro, y en forma de vaivenes, me llevaba hacia ti. El cielo estaba nublado, como suele estar en esa época del año, cuando las aves van hacia el Canal, y nos quedamos mirando nostálgicamente hacia el mar.
Pensé en todo lo que habíamos pasado, en toda el agua que había corrido bajo el puente, y de pronto me di cuenta que toda relación es un caminar; los hay apresurados, los hay lentos, los hay suaves, hay breves paseos placenteros con pausas bajo el cielo estrellado, y los hay tormentosos, accidentados, como el paso rápido del hombre atrapado por el aguacero de verano.
Al caminar, me di cuenta que no medía mis pasos y que me dirigía sin rumbo, sólo prestando atención a la belleza del paisaje, al canto de las aves, y al lento movimiento del declinante Sol.
Ya había tropezado varias veces, ¿y había aprendido algo de ello? Más bien me sentía contento de poder haber olvidado momentáneamente el dolor de mis rodillas lastimadas.
A veces es mejor no aprender y ser feliz, ser un ignorante alegre, que un precavido planificador. Sí, yo podría haber cuidado mi andar, podría haber vuelto sobre mis pasos y contemplar con reproche la indigna piedra que me había hecho trastabillar,...pero entonces me habría perdido la magnífica puesta de Sol, el arrullo de las alondras, y el sonido de las cascadas que murmuraban suavemente a mi lado.
Para este viajero a veces es mejor caminar sin miedo a los tropiezos, y disfrutando del aire otoñal, del manto de hojas amarillas, rojas y doradas, del sonido de la vida, que pisando con cuidado a cada instante.
Así sentía el camino entonces, cuando volví a caer. El Sol se había puesto, aunque yo sabía que volvería a nacer nuevamente unas pocas horas después. Y cuando me levanté, te vi. Estabas llorando, te lamentabas amargamente porque los pies te dolían, porque las rodillas se te habían magullado, y porque ya no querías seguir caminando. Estabas perdida y querías acostarte para no volverte a levantar.
Entonces me acordé que tus ojos despedían un fulgor hermoso, y en ese momento la luz de la luna los iluminó, asomándose tímidamente por sobre los árboles, y yo pude distinguir que tenían un color verde, muy oscuro y muy inglés.
Pensé en todo lo que habíamos pasado, en toda el agua que había corrido bajo el puente, y de pronto me di cuenta que toda relación es un caminar; los hay apresurados, los hay lentos, los hay suaves, hay breves paseos placenteros con pausas bajo el cielo estrellado, y los hay tormentosos, accidentados, como el paso rápido del hombre atrapado por el aguacero de verano.
Al caminar, me di cuenta que no medía mis pasos y que me dirigía sin rumbo, sólo prestando atención a la belleza del paisaje, al canto de las aves, y al lento movimiento del declinante Sol.
Ya había tropezado varias veces, ¿y había aprendido algo de ello? Más bien me sentía contento de poder haber olvidado momentáneamente el dolor de mis rodillas lastimadas.
A veces es mejor no aprender y ser feliz, ser un ignorante alegre, que un precavido planificador. Sí, yo podría haber cuidado mi andar, podría haber vuelto sobre mis pasos y contemplar con reproche la indigna piedra que me había hecho trastabillar,...pero entonces me habría perdido la magnífica puesta de Sol, el arrullo de las alondras, y el sonido de las cascadas que murmuraban suavemente a mi lado.
Para este viajero a veces es mejor caminar sin miedo a los tropiezos, y disfrutando del aire otoñal, del manto de hojas amarillas, rojas y doradas, del sonido de la vida, que pisando con cuidado a cada instante.
Así sentía el camino entonces, cuando volví a caer. El Sol se había puesto, aunque yo sabía que volvería a nacer nuevamente unas pocas horas después. Y cuando me levanté, te vi. Estabas llorando, te lamentabas amargamente porque los pies te dolían, porque las rodillas se te habían magullado, y porque ya no querías seguir caminando. Estabas perdida y querías acostarte para no volverte a levantar.
Entonces me acordé que tus ojos despedían un fulgor hermoso, y en ese momento la luz de la luna los iluminó, asomándose tímidamente por sobre los árboles, y yo pude distinguir que tenían un color verde, muy oscuro y muy inglés.
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