jueves, 15 de mayo de 2008

El Idiota

El Príncipe Liev Nikoláievich Mishkin es a Fedor Dostoievski lo que Alonso Quijano es a Miguel de Cervantes: un personaje bueno, muy inocente, y, sobre todo, un poco loco, o peor aun, un idiota.
Es muy difícil, sin embargo, no querer a los inocentes, a aquellos que son casi niños, y el Príncipe demuestra en todo momento ser un alma pura que refleja quizás el espíritu idealizado del cristianismo ortodoxo en la mente del autor eslavo, o todavía mejor, al mismo Cristo.
Borges, quien admiraba grandemente a Dostoievski escribió en su Biblioteca Personal que otra delas obras del ruso, Los Demonios, lo retraía a su patria, a la vasta Pampa, y que sus personajes principales eran no otra cosa que "viejos argentinos irresponsables".
Estoy de acuerdo con Borges. Encuentro que ambas regiones, periferias proveedoras de materias primas, y temporalmente localizadas en un acentuado y turbulento período de capitalización y destrucción de las estructuras productivas más tradiconales, tienen patrones en común.
Dostoievski es la voz lamentada del antiguo cristiano ortodoxo devenido en socialista, que intenta con gran esfuerzo trasladar los valores del antiguo mundo al nuevo, antes de que este caiga en un irremediable Apocalipsis. Sus personajes son astutos, taimados y por sobre todo muy humanos, pero siempre encontramos un Mishkin o un Aliocha que con su bondad y con su pureza, nos dejan una esperanza y nos reconfortan, aun cuando sus relatos suelan ser oscuros y tristes.
¿Qué pasaría entonces en nuestra sociedad si encontráramos un ser tan puro como el Quijote, o aun como Cristo, como nuestro bondadoso Príncipe Liev Nikoláievich?
Creo que la respuesta que esboza el autor de Crimen y Castigo es aún hoy válida: sería considerado un idiota, un niño, un retrasado mental, y otras muchas cosas más que por pudor no vamos a mencionar acá.
Me produce un inmenso placer, sin embargo, leer las palabras que el eslavo pone en boca de su personaje principal, porque son palabras hermosas, que aprecio y que dan sosiego a mi mente a veces un poco cínica:

Oh, ¿qué son mi pena y mi desdicha si soy capaz de ser feliz? ¿Saben?, no comprendo cómo es posible pasar junto a un árbol y no ser feliz viéndolo. ¡Hablar con un hombre y no ser feliz queriéndolo! Oh, no sé expresarme... ¿pero cuántas cosas no halla a cada paso tan hermosas que las encuentra hermosas hasta el más desventurado de los hombres? Mirad a un niño, mirad la divina aurora, mirad la hierba, cómo crece, mira que os están mirando y os quieren...

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