viernes, 4 de mayo de 2007

Del azul más profundo

Durante mucho tiempo sólo fui oscuridad flotando en la nada. Durante mucho tiempo sólo fui olvido y recuerdo de algo que ya pasó. Tal vez era una luz, un pequeño chispazo que brillaba tan intensamente como lo harían mis amigas las estrellas. Quizás era una tenue luz encerrada en una infinita oscuridad. Pero mi desconsuelo no iba más allá porque en un segundo todo cambió y una nueva sensación se apoderó de mí. Una extraña y etérea sensación de libertad explotó y fui libre por primera vez. Entonces supe que todo finalmente cambiaría en mí.

Fue en ese lapso que el tiempo rodó por la escalera del universo y comencé a danzar el baile de la vida, a girar por lo que ya era la no nada. Podía tocar a mi alrededor aquellas cosas que al principio me parecieron tan extrañas como confusas, y poco a poco me fui dando cuenta que eran mis semejantes, mis dulces hermanos de la vida.

Pasaron eones y eones hasta que un día sentí algo que era inexpresable, algo que se volvía y envolvía como una forma sin forma, que me tocaba hasta hacerme vibrar con él. A ese nuevo amigo lo llamé Sonido. Al poco tiempo mi ansiedad creció y avancé poco a poco por la oscuridad suave del espacio. Mi cuerpo fue creciendo y dejándose ir hasta que de repente sentí una nueva compañera que brillando en la noche de los tiempos me saludó. A esa nueva amiga la llamé Luz.

Y así, junto a todas las cosas de la creación, fuimos creciendo hasta que la nada se llenó completamente y al fin nos separamos para siempre. Como la brisa de un infinito mar la luz me dejó caer suavemente de los cielos, y en ese lugar de fuego y soledad, en ese lugar de luz y pasión crecí sintiendo que algo en mi estaba por nacer, observando el profundo azul de los cielos que me conmovía, y fué en ese sagrado instante que de mi ser brotaron largas lágrimas de sereno amor.

Entones corrí por esa nueva tierra formada, corrí hasta ser río y luego mar, hasta ser nube y luego lluvia. Corrí amando a cada roca, a cada átomo, a cada esencia que de la tierra emergía. Y nos amamos hasta que ella estuvo en mí y yo estuve en ella. Nos amamos hasta que la luz rasgó el velo de nuestro profundo amor y comprendí la importancia de esa unión.

Entendí que de esa sagrada unión nacerían divinos seres, majestuosas criaturas llenas de vida y de fuerza. Me sentí importante y la alegría manaba de mi ser en largos y bellísimos manantiales.

Fue una noche mientras la luna se hamacaba en el cielo, que mis amados hijos aparecieron lentamente, tímidamente se recostaron sobre mis brazos y bebieron sobre mis lágrimas de felicidad infinita. Yo que había visto la profunda nada, yo que había visto el nacimiento del sol y de la luna, después de haber estado con los seres más extraños y luminosos que alguien haya visto, yo que descubrí el hermoso crepúsculo violeta y añil de los primeros años, yo que amé y lloré al pie de los astros dorados y volví a llorar al caer a mi profundo azul de fuego y soledad. Todo eso era nada comparado a lo que sentía por mis bellos y amados hijos.

Y así crecieron esas fuertes criaturas bebiendo de mi cuerpo mientras los eones de años danzaban en el viento como viejos remolinos de aire y la felicidad endulzaba la tierra por doquier. Fue en esos tiempos que los primeros hombres aparecieron y descubrieron mi presencia, entonces fui amado por ellos. Besé tanto a reyes como a princesas, a valientes soldados como a malignos criminales, a jóvenes como a viejos. Fui más que sus reyes y sus jueces pero de repente algo cambió.

Un día mis hijos se olvidaron de mí. Fue allí cuando me di cuenta de mi gran importancia y de mi escasa y relativa importancia, entonces ya nada fue igual. Sé que veré estrellas prenderse y apagarse en la noche de los tiempos, sé que volveré a amar una y otra vez, sé que mi existencia se producirá en un abrir y cerrar de ojos, sé que mis amigos volverán una y otra vez, pero sé que nada será como la primera vez.

Los cielos bajan y suben, las estrellas se prenden y se apagan, los hombres nacen y mueren. Yo que fui gota y mar, yo que fui lluvia y sueño, yo que fui nada y soy, yo descubrí algo que muere y nace, algo que brilla y se apaga, algo que es y no es, algo que es tan importante como los Dioses y tan insignificante como una gota de agua, algo que cada ser debe descubrir, que debe dar forma. Durante mucho tiempo sólo fui oscuridad flotando en la nada, fui una promesa en el viento, una luz sin luz, una gota sin agua. Fui lo que soy y soy esa promesa de amor que cada ser guarda en su corazón. Eso seré eternamente.

Escrito por Ho2 y el Romano.

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