miércoles, 25 de febrero de 2009

Un océano de tiempo

Me sucede con frecuencia, en ese estado mental que no es el sueño, pero tampoco la vigilia, que una rápida sucesión de imágenes comienza a proyectarse en mi mente, como si se tratara de una de esas viejas películas que recordamos con placer al mirarlas una y otra vez. Son imágenes que sé que sólo yo conozco, imágenes formadas por impresiones ocurridas quizás en mi infancia, y moldeadas por el Yo a través de muchos años.
A veces estas imágenes, que también forman secuencias más largas, se ven impulsadas por una melodía, una canción que quizás sonaba cuando por primera vez las sentí, o tal vez por un aroma, por el olor a césped cortado, a madera carbonizada, el aroma de un ciprés por la mañana, o el de el mar impulsado eternamente en olas hacia las costas.
Esta serie de imágenes que ahora parecen inconexas, me gusta pensarlas como una especie de memoria colectiva que se va filtrando en el inconsciente y que sólo en ese estado particular que no es el sueño, pero tampoco la vigilia, y que cobra su significado sólo cuando entramos en ese espacio-tiempo infinitamente pequeño que se extiende desde la agonía hasta la muerte.
Alan Ball lo explica mucho mejor con un fragmento de su película American Beauty, que es una bellísima obra de arte americana.

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