En las remotas profundidades del corazón de los hombres, en los negros abismos de la conciencia, en las mentes y en las almas de hasta el último de los seres humanos, hay una oscuridad sin fin, una pequeñísima mancha de no-color, que se extiende infinitamente cuando es tocada por cada uno de nosotros.
Esa oscuridad, ese vacío, está en las miradas de todas las personas, y muchos de nosotros vamos a morir un día sin haberlo entendido, siempre buscando algo más, quizás un destello de radiante luz que nos saque del infinito vacío.
Y sin embargo, una vez que hemos caído en la absoluta desesperación, cuando ya nada tenemos por perder, cuando estamos desnudos frente al espejo de la realidad más fría, entonces allí termina el sufrimiento. Quizás la alegoría de la crucifixión y resurrección pueda ser reentendida de esta forma: en la hora de mayor oscuridad, aparece el Sol, cuando las frías tinieblas cubren la tierra, sale quien viene a dar vida.
La total falta de fe, trae, irónicamente, la esperanza. La completa soledad, trae el descubrimiento de las bondades de conocerse a uno mismo; la tristeza absoluta, viene acompañada por la seguridad de que las cosas cambiarán para mejor. Quizás se podría decir: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos". Los que nada tienen por perder, todo puede ganarlo, mientras que quienes cuidamos nuestro precioso patrimonio (polvo del polvo), vivimos atemorizados de perderlo: de perder nuestro Yo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario