jueves, 20 de noviembre de 2008

Maldad

Todos los días convivimos con la maldad, y la aceptamos. La toleramos como algo normal. No ignoramos las horribles matanzas que se han sucedido desde el principio de los tiempos, y esto no nos causa maravilla. Vemos robos, asesinatos, violaciones de todo tipo, y esto ya no nos conmueve: lo hemos vuelto algo ordinario, algo que si no está bien, al menos no es fuera de lo común.
Peleamos con nuestra familia, con nuestras esposas, novias, maridos, hijos, padres. Salimos a la calle, y peleamos con la gente que se nos cruza en ella. Peleamos en el banco, en el trabajo, en los estadios. Estamos tan acostumbrados a discutir, a odiar, a vejar y a ser vejados, que nos sorprende esa persona llena de amabilidad y paz, y no aquella que enfurecida, intenta violentar a los demás.
Pero antes que todo eso, antes que todo el odio que está fuera, está el odio en nosotros mismos: el odio que nos profesamos a cada momento, a todas horas, sin darnos tregua alguna. El odio que llevamos dentro contra los demás, los prejuicios, la ignorancia, la completa desesperación, la competencia y la envidia.
Esta maldad, que no hace diferencia entre dentro y fuera, parece estar en todos lados, y sólo nos conmovemos cuando algo terrible nos pasa. Pero luego volvemos a olvidar. Nosotros creamos diariamente este infierno: sólo nosotros podemos sacarnos de él.
La maldad de fuera, sin embargo, puede cambiar radicalmente...basta tan sólo con que tú cambies eso, con que logres eliminar la maldad dentro de ti (no te preocupes de la que está afuera), para que el todo haya cambiado.
Basta comprender eso, basta con ese rayo de luz entre la oscuridad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es difícil convivir con eso... es malísimo que nos sorprenda más cuando alguien nos trata bien y amablemente.

No entiendo cómo la gente piensa que es más fácil estar con cara de orto que con una sonrisa.

Que nuestros rayos de luz se expandan y exploten.