La gente ínfima se encuentra en kioscos, en librerías, y en cualquier pequeño negocio minorista. Está presente en los pequeños triunfos que nadie ha notado, y en las amargas soledades de las medias tardes.
La gente ínfima no conoce origen, ni credo, o etnia particular. Sus opiniones son el sentido común, y una memoria colectiva ribeteada de información esparcida por los medios masivos de (des) información.
El otro día entré a uno de los receptáculos que este tipo de gente suele poseer. El paisaje, francamente, me conmovió. Dos ancianos ínfimos se afanaban en las tareas del pequeño establecimiento, entre mate y mate, preocupados por sus tareas minúsculas. El precio de este papel, el toner de la fotocopiadora, la cantidad de caramelos en la caja. Su hija, una mujer en los 30's se preocupaba por ellos y los ayudaba con las tareas, actividad que los ancianos agradecían pero que evidentemente los molestaba. Como gran parte de los mayores, creían que sus facultades eran las mismas de antes y que en nada precisaban de ayuda.
Hice mi compra sin ningún apuro, disfrutando del pésimo decorado, y de la hermosa armonía que se desplegaba ante mis ojos: la actividad de una familia trabajadora que intentaba salir adelante.
Cuando salí del local, agradecí al cielo que todavía hubiese gente como ellos, gente sin ninguna importancia, marginados, desprovistos de ambición... total y absolutamente decentes: la gente ínfima, que con su pequeño trabajo hace grande a la humanidad.
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