De todo han despojado al pueblo, y sólo le queda el pan y el circo. ¿Dónde quedaron las antiguas hazañas de los Licinios y los Sextios? ¿A dónde ha de trabajar la tierra el hombre activo cuando por doquier se halla ocupada con esclavos y libertos?
Hoy, me dirijo hacia el Capitolino, pero sé que no saldré vivo. Tal como Genucio, moriré expiando las culpas de esta ciudad. No volveré a ver las siete colinas, y el olor de los cipreses y de los robles por la mañana será ajeno para mí. Mi destino es el de las sombras que moran, como dicen los helenos, en la oscuridad sempiterna y fría.
Yo, Cayo Graco, no me arrepiento de haber defendido la causa del pueblo y haber intentado levantarlo de su amarga postración.
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