viernes, 12 de septiembre de 2008

Diario

Es una sensación extraña y desagradable. Cada vez que pienso en el viaje que hice este verano, me siento lleno de nostalgia, de un sentimiento afiladísimo y doloroso, pero que aún así no es negativo. No es algo que me arrastre a la depresión o a la inacción, sino que me mueve a querer volver a Florida y arreglar las cosas. Algo se quebró ahí. Es tan cierto para mí como que en este momento estoy escribiendo este texto.
No tiene nada que ver con ella. La sensación de pesar viene aunque no la imagine allí o no la recuerde en nuestra rutina diaria. 
Ese viaje lo hice por ella y para ella, pero en él también me descubrí a mí mismo. Me encontré pesimista, posesivo, perezoso, antisocial. Por primera vez lo vi allá, cuando no tenía las justificaciones típicas del porteño amargado. No quería, no podía, no sabía...y eso no tenía una razón clara: el problema era yo.
Y ahora no puedo dejar de visualizar las veredas soleadas de Miami con sus palmeras, y sus edificios gigantescos, sin sentir un enorme pesar. No tiene ningún sentido, es algo completamente irracional, pero que aún así tiene una importancia enorme para mí.
No es tan sólo el fracaso, o la actitud de fracaso que opté por tomar frente a los problemas que me sucedieron allá. Es como si en mi infinita estupidez hubiese perdido la oportunidad de conocerme a mí mismo y disfrutar una experiencia que podría haberme enseñado tanto. Es también, claro, el error que cometí tan imprudentemente sin pensar en las consecuencias de mis acciones. Es también, lo confieso, la pérdida de una relación que aunque me hacía mal, me hacía sentir querido.
Estoy pensando seriamente en volver, porque siento que necesito darme una segunda oportunidad. Siento que necesito caminar las mismas veredas, observar los mismos paisajes, sentir las mismas cosas, como si lo que sucedió sólo hubiese sido un malentendido, un error, una cosa que no debía haber pasado. Tengo el deseo irracional de volver a Coral Gables, de pasearme por el Conrad y por repetir un concierto en el Bank Atlantic.
Es esa sensación de querer volver el tiempo atrás, antes de esa tarde en Indian Creek y 38th Street cuando decidí renunciar al trabajo, y el mundo se me vino abajo. Es la necesidad de haber ido a esa fiesta de disfraces, tan carente de importancia, de haber dicho que sí en el momento que dije no. De haber luchado más por mí, y por darme una oportunidad de ser más libre y más feliz.
El tiempo no se puede volver atrás, pero a veces lo deseo con tantas ganas que el presente me parece más una pesadilla que el único lugar en donde puedo enmendar mis faltas. Me gustaría creer que lo que pasó no hace más que ayudarme a crecer, pero ya estoy cansado de darle un sentido tan lineal a mis acciones.
Ojalá pueda vencer mis miedos y a mi poderosa mente que crea tan horribles fantasmas.

No hay comentarios.: