sábado, 23 de agosto de 2008

Dear Prudence

Tomé el sendero de la costa una vez más cuando la noche era más densa y las estrellas estaban ocultas tras un velo de nubes.
Un grupo de gaviotas saludaban a la Diosa de dedos rosados que anunciaba el futuro brillante del día.
Me senté a esperar lo inevitable mientras mis pies descansaban en la arena fina y clara. Contemplé a Venus corriendo a través del firmamento, escapando de su celoso esposo, quizás siguiendo a Marte.
El color del cielo se tornó de un turquesa imposible, milagroso. Pero todavía no asomó el astro divino.
Agradecí en mi corazón este momento, y temblé ante el frío repentino, y justo en este momento se elevó el Dador de Vida, como una bola de fuego naciendo de las aguas.


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