domingo, 8 de junio de 2008

Desapego

13:50, y afuera hace frío. Hoy no hay nada por hacer. En realidad, nunca hay nada por hacer, aunque me cree rutinas, charlas, amistades, novias, eventos. Busco escapar de la angustia. Son las 13:52, y todavía no se va. Uno, dos, tres pensamientos, tres imágenes, tres sensaciones opresivas, y todo lo que quiero no está acá. Lo que tengo me gusta, pero no me llena. Me dicen que sólo yo puedo llenar el vacío interno. Me deprime esa verdad...porque quizás sea cierta. O tal vez sea una verdad de superado, de quien está convencido de eso porque así oculta su angustia. Yo ya estoy cansado de ocultar mi angustia. Escribir esto es otra forma de ocultar la angustia. Pero la angustia no se va.

Si todo lo que me haría feliz no lo puedo tener, entonces estoy en problemas. Busco una mujer imposible, un sexo inexistente, un amor incondicional. No existe, no está. Y yo vuelvo al Nuevo Testamento e intento preguntarle a Joshuá cómo se puede ser niño cuando se tiene un desengaño de amor tan grande. Cuando se amó tanto y se perdió igualmente.

Es difícil dejar de amar. Es más fácil olvidar, ausentarse, hacer como que nada pasó. Pero dejar de amar es involuntario. No se puede. No puedo decidir dejar de amar, dejar de estar apegado, sacarme la obsesión de la mente. Y mientras más se amó, tanto más difícil es olvidar.

Por eso huimos, porque la angustia de la separación es tan grande que necesitamos calmar ese vacío con cosas, personas, charlas, salidas. Pero en la mañana, cuando nos levantamos lo sentimos ahí, con la imagen del otro en la retina, sin ningún escape, allí está el dolor de la pérdida, puro, natural, cristalino, afilado como una navaja.

¿Para qué mentirme entonces de que puedo seguir adelante normalmente? ¿Qué gano? Si en realidad complico aun más las cosas escapando de lo que siento. Escapar nunca es bueno. Bueno, sí...escapar de una manada de lobos es bueno. Pero escapar del dolor nunca es bueno, porque si no lo aceptamos, si no lo comprendemos, termina volviendo tarde o temprano. Y así nos endurecemos, nos hacemos más invulnerablemente vulnerables. Construimos murallas a nuestro alrededor para que nada nos lastime, pero entonces dejamos de ver los árboles, el cielo, las estrellas. Construimos murallas pensando en el pasado, pero no dejamos la puerta abierta para que entren esas otras personas nuevas.

Krishnamurti creía que esto acompañaba al proceso de estancamiento de las células cerebrales, las neuronas. Estaba bastante preocupado por la neurología, y siempre preguntaba si era posible que el cerebro cambiase, mutase, se volviese joven. Parece una pregunta simplona y tonta, pero a mí me gusta mucho, porque tal vez tenga razón el viejo filósofo. Tal vez llegue una edad en la cual no podamos superar ciertas cosas, en la cual no podamos volver a ser niños como pedía Joshuá. Para algunos será la actividad laboral, para otros la muerte de un familiar, a otros les pasará como a mí que el primer gran dolor vendrá de la mano de una relación que no funcionó, o que funcionó pero se desmoronó.

Me gusta pensar que todo puede ser superado en esta vida. No, superado no es la palabra. Todo puede ser aceptado, comprendido, y amado. No quiero perder mi fe en el cambio humano. Quiero creer que cada uno de nosotros puede tomar su angustia y hacer una joya hermosa con ella. Transformarla en pasión por los demás, en amor incondicional por el otro. Cuando siento el inmenso dolor del NO que recibí, y cuando pienso en lo irreversible del final de la relación, siento un amor terrible por el resto de los seres que me rodea, porque ellos también sufren. Y yo no me sentí su hermano verdaderamente hasta que pude sentir un dolor parecido.

Viví en una burbuja, protegido de ese dolor tan inmenso durante más de 20 años. Ahora, como le pasó a Siddharta Gautama, veo a los pobres y a los mendigos de mi corazón, y quiero salir a entender por qué están ahí y qué tienen para enseñarme, y cómo puedo ayudarlos yo.

Es una paradoja que el dolor, y no el amor, sea el que haya producido un cambio tan positivo en mí. Me hace dudar de la maldad del mal, y de la bondad del bien. Tal vez, después de todo, haya un propósito oculto, un Dios, algo más, que nos puso acá para aprender a conocernos a nosotros mismos.

Son las 14:07, y todavía hace frío, y todavía estoy mal. No quiero dejarlo ir, pero en algún momento me voy a tener que soltar y experimentar el vacío, y tal vez entonces pueda dejarlo todo de lado, incluso tu amor.

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