Hoy quiero rendir mi pequeño homenaje al novelista que más admiro: el finés Mika Waltari, autor de Sinuhé, el egipcio. A pesar de su conservadurismo y su visión pesimista, sus escritos jamás han sido como un zumbido de moscas en mis oídos, sino que, por el contrario, siempre han despertado en mi una extraña melancolía por esos mundos mediterráneos en los que se pasean sus personajes. Curioso resultado para alguien que conoce su pensamiento:
"Todo vuelve a empezar y nada hay nuevo bajo el sol; el
hombre no cambia aun cuando cambien sus hábitos y las
palabras de su lengua. Los hombres revolotean alrededor de
la mentira como las moscas alrededor de un panal de miel,
pese a que esté en cuclillas sobre el estiercol en la esquina
de la calle; pero los hombres rehúyen de la verdad."
En otro pasaje, cuando el líder del ejército egipcio, Horemheb, se dirige hacia los soldados que están por recibir el choque de los carros de combate hititas lo hace de esta honorable y valerosa manera:
"-Nuestros amigos los hititas se acercan con sus carros y yo
doy gracias a todos los dioses de Egipto por haber cegado
su entendimiento. Id, ratas de barro del Nilo, que cada cual
ocupe el sitio fijado y nadie lo abandone sin orden mía. Y
vosotros, mis bravos granujas, colocaos detrás de estas
babosas y estas liebres y castradlos como conviene si tratan
de huir. Podría deciros: batíos por la tierra negra, luchad
por los dioses de Egipto, pelead por vuestras mujeres y
vuestros hijos. Pero sería inútil, porque estaríais dispuestos
a mearos sobre vuestras mujeres si pudieseis huir con se-
guridad. Por esto os digo: ratas de barro del Nilo, luchad
por vosotros, luchad por vuestro pellejo y no retrocedáis,
porque no tenéis otra salvación. Corren, muchachos, corred;
si no, los carros hititas llegarán a los obstáculos antes que
vosotros y la batalla terminará antes de haber comenzado."
Por esta amargura y acidez es que es difícil no quererlo y no quedar atrapados por su sarcasmo y cinismo. A pesar de todo eso, Waltari despliega incesantemente una admiración por la Divinidad sin nombre que aparece repetidas veces en sus libros. Sus personajes añoran una época que todavía no ha comenzado: la de los dioses monoteístas de los judeo-cristianos. Sinuhé se aferra al disco solar, Atón, que el faraón Amhenotep IV intenta instaurar en el país de Kemi. Lars Turmo, en "El Etrusco", también persigue a la Divinidad última, que es padre de los dioses terrestres.
Esta dualidad, esta ambigüedad tan característica del alma humana, es lo que lo termina acercando al lector a Waltari, o, por lo menos, fue así en mi caso. Esa amargura se hace casi dulce, cuando pensamos en todo el dolor del mundo, y en nuestro dolor, y que a veces, nuestra ineptitud o debilidad nos impide realizarnos y lograr la felicidad, y nos hiere como una flecha en el costado. Tal vez sea un mensaje de Waltari, una advertencia, para que no cometamos las mismas estupideces que Sinuhé comete en su locura, y así nos ahorremos las lágrimas que éste personaje derrama pensando en la vida que pudo haber tenido.
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