En tierra extranjera, observador del batir constante de las olas marinas, soy un naufrago solitario en una isla desierta. Como muchos otros antes de mi, me siento a escribir esperando el amanecer, en busqueda de la tibia compania del Sol y las aves marinas.
Un tono azul cambia en el firmamento, anunciando la infinita repeticion del nacimiento del astro divino, el cual infundira en todas los mortales al aliento de vida y la promesa de un nuevo dia.
La inconstante Luna ya se esconde detras del Oeste, y su luz palida y fria abandona las brumas informes aqui abajo en la Tierra, donde su aparicion suele ser mas una amenaza que un lucero de salvacion para los viajeros desprevenidos.
Todavia no logro oir el melancolico quejido de las gaviotas, acurrucadas en los matorrales lejanos al Mar, en espera de temperaturas menos severas que las presentes.
En una tierra en donde el suave sonido del vaiven de las hojas de las palmeras, anuncio de una tierra hospitalaria, fructifica por todas partes, yo me siento solitario, como todo hombre se siente alguna vez en su vida.
Y con la humana duda a mi lado, unica companiera fiel, me siento en mi banco de arena a esperar el amanecer del Mundo.
Cuando al fin apareza el aureo astro, ire a descansar otra vez victorioso, otra vez derrotado, esperando el imposible final de mi fatigosa labor.