Marx dijo alguna vez que la ciencia era un edificio con cimientos extraños. En efecto, mientras que los pisos superiores pueden adquirir un tamaño considerable y desplegar todo el lujo del anquilosado saber, sus columnas principales son, en cambio, frágiles como el papel.
Los axiomas son las sentencias indiscutibles sobre las que descansa esta peculiar construcción.
Hoy en día pocos se aventuran a contradecir oraciones simples como que A es igual a A, y por lo tanto, distinta de B, o que los hombres se asocian por necesidad, o incluso que el individuo y el Yo existen.
Pero al aceptar ciegamente estas proposiciones la ciencia se niega a sí misma, y pierde la oportunidad de investigar temas capaces de brindar una fuente de inagotables riquezas.
Los continuos cambios que sufren los paradigmas son consecuencia de esta inestabilidad estructural. Año a año los pisos colapsan, los pasillos son bloqueados y las puertas cerradas. Un modelo sucede a otro, pero son pocos los que se atreven a sugerir que el problema quizás no esté en el modelo, sino en los mismos cimientos que le dan sustento.
Hasta que los científicos no comprendan esto, su construcción seguirá desmoronándose como un viejo edificio sometido a las inclemencias de la naturaleza.
Si el Ser Humano quiere que su saber crezca como un bello y esbelto árbol tiene que comprender la acientífica naturaleza de la ciencia moderna, por más paradójico y contradictorio que esto parezca.
Yo les digo que debemos investigar constantemente nuestros prejuicios, los cuales son los que nutren los axiomas. Esta es la principal responsabilidad de Ser Humano como tal: dudar, investigar, observar continuamente, desconfiando de los mismos pensamientos, del contenido de la conciencia, que es la misma conciencia.
Tal vez de esa manera logremos volver razonable al irracional intelecto humano, el cual es destructivo, tal como lo es hoy la investigación científica, puesta al servicio del terror, la violencia, y la explotación.